Me sorprende el poder de los gestos. Creo que se sobrevalora los gestos en detrimento de los hechos. Los gestos son como la publicidad de los hechos. Son más fáciles de juzgar porque son visibles y ostentosos, mientras que los hechos son frecuentemente, discretos, silenciosos y reservados.
Los gestos son la información que enviamos a los demás, mientras que en los hechos normalmente son los demás los que deben venir a buscar la información. Es por tanto normal que el menor esfuerzo que representa recibir la información que molestarse en buscarla haga que los gestos sean considerados con mayor facilidad que los hechos.
Un gesto no tiene por qué contener información falsa sobre las intenciones del que lo realiza, pero los hechos son a mi modo de ver la información verdadera sobre un suceso, sin prejuzgar la intención o moral del mismo.
Saint-Exupéry tiene muchas frases que me inspiran. Una de ellas es que «lo esencial es invisible a la vista«. Eso me lleva a pensar que el auténtico valor de una persona de principios no se mide en los gestos que todo el mundo ve, lo que dice y todo el mundo oye sino en lo que realmente hace. «Por sus hechos les conoceréis» [Lucas 6:43-45].
La sinceridad no implica abandonar los gestos. La inteligencia sí que implica plantearse la sinceridad de los gestos de los que somos testigos. Los gestos trasmiten información de nuestras intenciones y si son sinceros, la información es verdadera.
Durante mi vida profesional me ha sorprendido el efecto de algunos de mis gestos que en mi opinión no revestían mérito y no tenían otra intencionalidad que cumplir con aquello que requería una situación y un sentimiento simple de educación, civismo o solidaridad humana. Sin embargo firmar a mano unas felicitaciones de navidad, guardar la cola del comedor o interesarte por la salud de una persona parece que son acciones extraordinarias, y eso me parece lamentable, porque indica que esos gestos tan simples no deben ser frecuentes.
La otra conclusión posible es que al sobrevalorar los gestos perdemos de vista otros factores importantes que no debemos olvidar al formarnos un criterio sobre una persona o su actuación.
Desde el punto de vista de nuestra actuación, saber que lo importante no es evidente a la vista, ¿debería llevarnos a eliminar la expresión pública de nuestro aprecio por el prójimo para que no sea interpretado como meros gestos?
Otra frase que el autor de «Vol de nuit» pone en la mente de Rivière, el estricto jefe de operaciones de la linea postal es «Amad a los que mandáis, pero sin decírselo«.
Durante muchos años he seguido esta norma, pero finalmente me he dado cuenta de que encierra una paradoja. Aunque no se lo digas, la gente que depende de tus decisiones deben saber que les amas. Deben estar convencidos de que el criterio que guía tu proceder es su bien. Y para ello lo más fácil es amarles, porque los sentimientos son más difíciles de simular que la genialidad y en cuanto lo hagas verás que además, los sentimientos son difíciles de disimular y que tu proceder natural se considerará extraordinario, porque no estarás haciendo gestos o diciendo frases bonitas, sino protagonizando honradamente hechos sinceros. Así de sencillo, así de difícil.
Editando 07/11/2010 : El articulo este llevaba al menos un par de días dando vueltas por mi ordenador, retocándose, puliéndose y acicalándose hasta que ha tenido el aspecto que yo quería darle. Y con tantos preparativos se me ha olvidado poner que nació como un correo electrónico de respuesta a uno de José Manuel en el que me señalaba un artículo que había leído titulado «Mi General, y olé», el resultado final se ha desviado ¿o no? del comentario de aquél articulo pero en la blogosfera nobleza obliga a referenciar las fuentes de tu inspiración.
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