Es frecuente que despotriquemos contra los periodistas. Hoy en día el volumen de información de la prensa, la radio y la televisión es inmenso, así que es muy probable que toda esa información contenga muchos errores, creo que nadie puede esperar que los periodistas se distingan del resto de los humanos por ser perfectos, todos nos equivocamos.
¿Somos menos tolerantes con la imperfección de los periodistas que con la de los miembros de otras profesiones? y si es así, ¿por qué?. Hay profesiones que nos afectan más directamente que otras. Los riesgos se miden en función de la relevancia y la incidencia del peligro. Peligro elevado, con gran incidencia en nuestra vida supone un riesgo mayor que un peligro insignificante y poco frecuente.
Por ejemplo, la corrupción de policías o jueces es muy grave y en caso de afectarnos podría tener unas consecuencias importantes en nuestra vida, perder el patrimonio o ir a la cárcel, pero por regla general no tenemos problemas con la justicia y esperamos no tenerlos, así que no consideramos que sea importante en nuestra vida.
La incompetencia de un médico supone un peligro muy grave, puede afectar a nuestra salud o incluso a nuestra vida. Como es mucho más frecuente que estemos enfermos, ese peligro ocupa una parte importante de las conversaciones: intercambiamos informacion sobre las dolencias de nuestros conocidos, y criticamos la ineficacia de la medicina, las lacras del sistema sanitario, la codicia de las empresas farmacéuticas o la incompetencia o desacierto de los médicos, que finalmente también son humanos y pueden equivocarse, pero lo malo es que las consecuencias las pagamos de forma directa en nuestras carnes los pacientes.
En la medida en que son muchos los que tienen coche o les gusta el fútbol, las criticas a los mecánicos, las autoridades de tráfico, los futbolistas profesionales o los árbitros y entrenadores son denostados por sus errores o su parecer diferente del opinante. Pero si no nos ganamos la vida con estas actividades, la apasionada crítica desaparece al disolverse la reunión de la hora del café o el aperitivo.
Si mi hipótesis es cierta, tendría que poder justificar que los errores de la prensa desatan encendidas y apasionadas críticas porque suponen una amenaza importante y frecuente para nosotros. Y creo que puedo explicarlo fácilmente.
Cualquier persona cabal tiene en muy alta estima su criterio. Podría decirse que solo nos hacemos caso a nosotros mismos, aunque sea después de dejarnos convencer por los argumentos de otro, nuestro criterio es una fuente de convicción y por tanto de seguridad fundamental. Pero la formulación de un criterio requiere como ingrediente fundamental la información y sin información cierta, no hay criterio válido, ni convicción ni por tanto seguridad.
Antiguamente recibíamos muy poca información de muy pocas fuentes. Los padres, preceptores, párroco, el médico del pueblo, los amigos. Frecuentemente fuentes muy constantes en el tiempo que proporcionaban una información que cambiaba pocas veces a lo largo del tiempo. Las noticias eran comentarios de los viajeros que se confirmaban lentamente.
Hoy en día los medios nos ofrecen millones de datos sobre hechos relevantes e irrelevantes en los que tenemos que seleccionar lo que realmente nos interesa y asignarle una credibilidad para que pase a formar parte de la información en que se sustentará nuestro criterio. Las decisiones que tomamos en función de ese criterio tienen una repercusión importante desde el punto de vista político o económico en tanto que somos votantes y consumidores y por tanto existen muchos poderes interesados en orientar nuestro criterio en la dirección de su interés.
En la medida en que son actores en un mundo político y económico ni los periodistas ni los medios pueden sustraerse a la manipulación de quienes les ofrecen la información.
Si los periodistas no ofrecen información veraz, completa, relevante y comprobable y en lugar de ello corren detrás del éxito social que se cifra en el impacto y la rapidez de las noticias, aunque sean erróneas, incompletas o sesgadas, no solo están faltando a la ética y a la deontología profesional: nos están dando una información con la que no podemos formar criterios válidos, privándonos de una importante y necesaria sensación de seguridad que al fin y al cabo es lo que supone el derecho a la información.
Este daño grave de un derecho fundamental nos acecha en cada noticia, en cada información que recoge la prensa o que oímos en las noticias de radio o televisión, es decir de forma casi continua.
Por esta gran incidencia que tiene en nuestra vida es completamente comprensible que identificar y jalonar las fuentes de información fraudulenta sea una actividad importante y frecuente para aquellas personas que aprecian su criterio. Por eso, aunque es poco probable que los tribunales, imperfectos ellos, los condenen por su incompetencia, los miembros de la profesión periodística hallados en falta son denostados y condenados sin piedad por la opinión del público.
Y aunque está bien que se señale los pozos de mentira en la información hay que diferenciar los errores de los criterios corruptos, los errores de las mentiras, la ignorancia de la incompetencia y la estupidez de la necedad.
Y aún sería más importante reconocer a aquellos que hacen de la profesión virtud y luchan cada día por ofrecer información veraz, en algunas ocasiones con riesgo de sus vidas o de sus sueldos, fieles a sus principios y conscientes del sentido de servicio público de su profesión. A esos profesionales y solo a ellos habría que llamarles periodistas y hacerles un monumento en cada escuela y en cada ciudad porque su trabajo bien hecho garantiza nuestros derechos y nuestra libertad de criterio, fundamento imprescindible de cualquier otra libertad.
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