Dicen que la depresión es la enfermedad del mundo moderno. Quizás mano a mano contra el estrés. Yo tengo poca fe en los psiquiatras y menos aún en los medicamentos. No es que me fíe poco de los conocimientos de unos o de la efectividad de los otros, es que hasta el momento, cuando he tenido el ánimo turbio de quien más me he fiado ha sido de mi mismo.
Y cuando me he planteado si ir a contarle mis cuitas a un psiquiatra o psicólogo he ido repasando lo que le diría yo y encontrando lo que me diría él. Es posible que conservar esta capacidad de auto-análisis determine que mi dolencia no requería visita facultativa, pero estoy hablando de periodos en los que me encontraba realmente mal y sufría de ansiedad, alteración del ritmo de sueño, irritabilidad, … he visto a muchos de baja con bastantes menos síntomas.
El caso es que al final llegaba a la conclusión de que ya sabía la solución y la cuestión era si la podría aplicar o no. O si la quería aplicar. Cuando consultaba con el médico me decía que el efecto de determinados fármacos consistía en que aunque el problema no desaparece, a ti «te da igual«. Es decir, no desaparece la causa, pero desaparece el efecto que causa en tu ánimo.
Tal cosa me parecía monstruosa. Quizás de una forma exagerada, tengo mucho aprecio por mi criterio y pensar que pudiera estar alterado por fármacos me causaría aun más ansiedad que cualquier otra cosa. ¿Como podría fiarme de mi propio criterio si estuviera drogado?. Por otra parte también llegaba a veces a la conclusión de que los problemas a los que me enfrentaba y que tanto enfado me producían, requerían que estuviera enfadado, porque hay veces que solo la ira, esa breve locura que decían los latinos, te da la fuerza necesaria para arremeter contra aquello que parece que va a superarte.
Por eso me he negado siempre a medicarme. No es que no me fíe del médico, es que me fío más de mi mismo. Al fin y al cabo ¿quien va a saber mejor que yo lo que pasa por mi mente? . Por otra parte, ahora que leo sobre la efectividad del Prozac, me alegro de no haberme dejado seducir por su canto de sirena.
Pero, ¿que pasa cuando en el laberinto no encuentras la salida?. Cuando crees estar en lo cierto, pero estás equivocado, no puedes saber que estás equivocado porque crees estar en lo cierto. ¿Cual es la regla del nueve para este dilema? ¿Cuando tengo que dejar de confiar en mi mismo porque puedo estar equivocado?. Lo único que se me ocurre es hacer constantes comprobaciones, tomar puntos de referencia y comprobar que el rumbo sigue hacia el punto fijado en el horizonte. Para eso no bastan los instrumentos, es necesario contar con una tripulación igualmente fiable, unos compañeros de viaje con autoridad y confianza para contrastar la navegación. Hay algo peor que estar loco que es, estar solo. Si no estamos acompañados de alguien a quien confiaríamos la vida, estamos perdidos.
Unos le dan al prozac. Otros incrementamos el tiempo dedicado a nuestro hobbie, manteniendo el cerebro ocupado y danto tiempo a que pase el tiempo suficiente para que curen las heridas que solo las cierra eso, el tiempo, no la química.