Siempre hay un gracioso que cuando llevas el coche algo sucio te pinta algo en el cristal. Normalmente es una lindeza del tipo ‘Guarro!’ o ‘¡Limpialo!’, producto de la despreciable manía que tenemos de criticar a los demás, opinar sin dar la cara y meternos en camisas de once varas.
¿Le importa a la gente las razones por las que yo llevo el coche cubierto de un pátina de polvo?. ¡No!. Mi vida es mia y la vivo como quiero y si he decidido no volver ricos a los propietarios de los elefantes azules, no dedicar mi vida a ser un esclavo de mi medio de transporte, o proteger la pintura de la lluvia ácida bajo una capa de mantillo natural, ¿Quienes son los demás para imponerme sus valores, su forma de vida o patrones estéticos?. Nadie, no son nadie y no importa lo que digan. Yo soy yo, mi vida es mía, la vivo como quiero y me importa un bledo lo que opinen los demás.
Naturalmente hay formas y formas de interactuar. Somos seres civilizados y del diálogo surge la luz y el enriquecimiento espiritual. La belleza tiene muchas formas de manifestarse y un mensaje bello siempre es poesía, una forma bella siempre tiene algo de arte. Por ejemplo a mi no me importaría que dibujasen el el polvo de mi coche -sin apretar, que la pintura se estropea y el cristal se raya- si hicieran cosas así.