No, este no es un artículo sobre habitantes del continente africano ni un alegato sobre el racismo, sino sobre la morera de mi jardín.
Ya estamos a mediados de mayo y los frutos con color grana oscuro empiezan a destacar en las ramas que dejamos sin cortar al podar el árbol.
Y es que la morera solo produce moras en las ramas viejas. Las ramas nuevas que aun no han empezado a crecer, no producen frutos.
La morera es uno de los árboles que empecé a conocer a más temprana edad cuando buscaba sus hojas para alimentar a mis gusanos de seda ya que como todo el mundo sabe es su comida favorita. De los pequeños huevos grises que el año anterior habían puesto las mariposas emergentes de los capullos amarillos salían, aproximadamente hacia San José unos gusanitos diminutos a los que había que empezar a alimentar con hojas de lechuga pues en esas fechas los brotes de las moreras no son muy abundantes todavía.
Cuando los árboles empezaban a cubrirse con su manto verde hacíamos cada día nuestra recolección para alimentar a los gusanos que engordaban hasta encerrarse en sus capullos de seda y repetir el ciclo.
En alguna morera célebre, como la de la casa abandonada de la calle Canónigo Brugulat, había pasado buenos ratos sentado en sus ramas charlando con los amigos y comiendo sus frutos a la salida del colegio. Era un árbol inmenso de moras blancas y sus ramas eran más anchas que mis piernas, por lo que podía acomodarme con tranquilidad en ellas.
Porque hay moreras de moras blancas y de moras negras aunque en realidad son grana oscuro. Estas últimas manchan lo suyo. En la puerta de casa hay una morera y en la época en que madura el fruto hay que tener cuidado al recolectarlo o pasar por debajo del árbol para no teñir una parte de la ropa del persistente color de la fruta.
Con las moras del árbol, Mercedes hace unas tartas exquisitas. Aunque siempre procuramos congelar algunas bolsas con moras, la temporada acaba siendo realmente corta y se suele cifrar en dos o tres tartas. Sin duda todos los placeres sublimes se rigen por la escasez.
Acabas de llevarme al pueblo, cuando nos pasábamos allí de final de curso a comienzo del siguiente todos los primos con los abuelos e ibamos ‘a moras’ eso si, a las zarzas, no a las moreras…
Las moras de zarza también me gustan. En el jardín las tengo muy perseguidas, porque son unas abusonas e intentan año tras año invadir el césped.
La zarzamora, acostumbrada al ambiente agreste de la montaña, no sabe comportarse en ciudad.
En cualquier caso a mi también me trae esos recuerdos de la niñez, mezcla de libertad y descubrimiento, de una experiencia que era muy emocionante.
En mi caso también son las zarzas y las moras recogidas acaban siendo convertidas en rica mermelada.
Como no la recolección habitual era en el pueblo, eran típicas las tardes de ir la familia a asaltar las zarzas en busca del apreciado fruto.