Se hace de noche y la hora de irse a dormir se acerca pero el calor axfisiante del mes de agosto se resiste a dejarse reemplazar por el fresco de la noche. Solo el aire del ventilador aplaca el bochorno con su brisa artificial.
Mientras retraso la hora de acostarme pienso que ayer a estas horas echaba mano de un jersey «polar» para no enfriarme y por la noche tuvimos que echar el edredón de plumas en la cama. No era aqui, evidentemente. En Saint Pierre dels Forcats a 1600 metros de altura, el clima de montaña hace las noches bastante frescas incluso en agosto. Esta mañana una agradable temperatura de veinticuatro grados permitía disfrutar del brillante sol sin sufrir su castigo.
No entiendo en absoluto la manía que tiene tanta gente de escoger para el descanso estival la orilla del mar. Porque aunque podrían ponerse en el lado de las razones «marineras» la brisa fresca del mar y el contacto con el mar, la mayoría de estos veraneantes lo único que hacen es rebozarse como croquetas en la arena de la playa, previamente embadurnados de aceite solar que luego el baño se encarga de diluir uniéndolo a los aceites y combustibles desprendidos de las embarcaciones a motor.
Por contra en la montaña el aire es fresco y las temperaturas suaves, llueve con cierta frecuencia y por las noches casi hace frío, lo que renueva completamente la atmósfera.
No es que no me guste la playa, es que no soporto la arena que se me pega en las piernas, la sal que se adhiere al cuerpo cuando te bañas y el sol. El sol de la playa es un asesino que nos mataría a todos de insolación o de cáncer de piel. Cuando voy a la playa me paso el tiempo refugiado debajo de la sombrilla, hecho un ovillo para aprovechar el óvalo de sombra y suelo dormirme -si no hay algún niño cargante en la vecindad que se dedique a salpicar arena o a pegar gritos- porque de esa forma se me pasa el tiempo más rápido.
De forma que si alguien pudiera encontrar una playa sin arena, con el agua dulce, completamente desierta de niños y adultos con mascotas, señoras embadurnadas de potingues para freírse la piel, a la que se pudiera llegar sin cargar sombrillas, sillas, toallas, libros y la nevera con el agua y la merienda, seguramente conseguiría que me gustase la playa. Al menos esa playa.
Mientras tanto, este hijo de la Terra Ferma, se queda con la montaña.
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Tienes que probar el balneario de oficiales en San Javier; sin arena y con bar, sillas, duchas…
Lo único malo es la salinidad del Mar Menor, que es inversamente proporcional a su calado…
Sin duda, la respuesta a esta petición la he disfrutado yo este verano. CEUTA Y SU PARQUE MARITIMO DEL MEDITERRANEO: agua del estrecho renovada dos veces por semana, la salinidad ya sabemos que nada que ver con el Mediterraneo puro y duro de nuestro Levante, aquí mucho menos, nada de arena, hamacas con colchoneta para dormir bien bajo una sombrilla por supuesto (alquilables por el módico precio de un euro, las hamacas son gratis), vegetación por todas partes, bares, restaurantes para elegir (parrilla, paellas, pizzeria, tapas….), duchas de agua dulce por todas partes, y por la mañana hasta las tres de la tarde aproximadamente poquita gente, por la tarde ya se va llenando, pero los niños se quedan en las primeras piscinas, así que la tranquilidad también está asegurada. ALGUIEN DA MAS!???!
Ceuta, tal como lo pintas, parece el paraíso perdido. Me voy a tener que acercar por alli, desecando el combinado Habana-Varadero, la semana en Madeira o el todo incluido pero menos en Túnez.
Además si a los ceutíes les llaman caballas debe ser por que el «verat» debe ser alli abundante y bueno. Con lo que a mi me gusta, una razón más.
:-)
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