Dicen que cuando el diablo no sabe que hacer, mata moscas con el rabo. A mi lo de distraerme con una mosca que pasa me ha ocurrido siempre y hay muchas ideas que me pasan por la cabeza y en las que invierto cierto tiempo pensando «esto podría hacerse así o asá».
La mayor parte de las veces esas ideas son el entretenimiento de un instante, la fuga del aburrimiento. No sé como puede aburrirse la gente con tantas cosas que hay en el universo y la cantidad de neuronas desocupadas que podemos poner a pensar en ellas. Bueno, el caso es que algunas de esas ideas desaparecen sin dejar rastro, pero otras son recurrentes y aún pasados los años, vuelven a buscar su sitio en el nivel consciente del pensamiento.
Una de las razones de hacer en el blog una sección denominada ‘Fugaces’ era recoger estas ideas y que en parte dejen de ser fugaces, que no siempre quiere decir que sean triviales o cosa de un momento pequeño. Pero la que hoy nos ocupa es sin duda un entretenimiento nimio aunque ciertamente antiguo.
Muchas veces había tenido la visión de sellos de goma hechos, precisamente, con una goma de borrar. Es un material muy accesible y fácil de trabajar. Sin embargo me costaba llevar a la práctica la idea porque esas modestas gomas de borrar han tenido siempre en el subconscientes la protección de las madres que a pesar de su condición de objetos fungibles no excesivamente caros las protegen y valoran. Cuantas veces habremos oído aquello de: «no pierdas la goma», «¿Ya se te ha gastado la goma?, ¡si te compré una hace dos días!», «niño, ¿es que te comes las gomas?». De forma que con esa protección maternal, adquirieron de forma subconsciente un carácter de objeto reverencial.
El otro día sin embargo, venciendo todas esas prevenciones tomé la cuchilla con mango de la estantería y saqué una goma que confieso había comprado hace meses con este exclusivo propósito. Aproveché que tenía a mano el tampón de la tinta, pues había estado numerando los libros recién incorporados a mi biblioteca y sobre un papel hice varios diseños que pensé no serian muy complicados de tallar en la goma con la única finalidad de hacer unas pruebas.
Corté la goma en cuatro trozos e hice las pruebas. Una hoja de higuera, una palmera, un ala y un ideograma japonés, este último probablemente el que peor salió. Después hice varias estampaciones en el mismo papel. ¡Que satisfacción!. Aqui queda testimonio de una idea largo tiempo acariciada y finalmente plasmada. ¿Utilidad?, ¡ninguna, por supuesto!. Como consecuencia habrá que deducir que se trata de una forma de arte, porque las obras de arte nunca tienen una finalidad práctica sino que se justifican por si mismas. Y estas son, modestas, pero obras de arte.