Aqui también bailan los caballos

El bufet del Tower Airo no era nada del otro mundo. Tenía además de forma inexplicable tres niveles: los grupos en un comedor, los huéspedes “normales” en otro y una tercera categoría en la cafetería que por el surtido del bufet debía ser de huéspedes “selectos” venir rebotados de otro hotel nos incluyó solo en la categoría de “normales”. Nada más desayunar Miguel Angel se fue en taxi al “Tiket point” a ver si encontraba entradas para el partido. Por si acaso me había vuelto loco me preguntó si querría ir en caso de que hubiera entradas. No se lo tuve en cuenta y sencillamente le dije que “por supuesto que no”. Uno no abdica de sus principios porque esté en Viena o haya entradas.

Después de recoger el poco equipaje que habíamos desplegado nos llevaron en taxi al otro hotel, donde dejamos las maletas para irnos a ver el espectáculo de los caballos de la Escuela de Equitación Española de Viena. No teníamos entradas porque el proceso de adquirirlas por Internet era sorprendente. Podían adquirirse en línea pero la única forma de entrega contemplada era el envío por correo certificado. Es como si después de recibir un fax para entregarlo lo tradujeran a morse. Por supuesto un intenso intercambio de mensajes de correo electrónico no permitió encontrar una alternativa viable. Muy germánicos ellos, los austriacos carecen también de imaginación para salirse de la raya pintada en el suelo por más lógica que ello tenga.

Tuvimos suerte y a pesar de las amabilísimas y erróneas indicaciones de una señora que viajaba en el tranvía, llegamos sin contratiempos a la plaza Josef I donde nos encontramos con Miguel Angel, eufórico porque había encontrado entradas para el partido de fútbol España-Italia y entramos a ver el espectáculo ecuestre comprando en taquilla unas entradas del piso superior desde donde lo vimos bastante bien el espectáculo que resulta impresionante.

Aunque los movimientos de los caballos que parecen bailar y que son coordinados en todo momento fascinan a cualquiera aunque no entienda de caballos, las explicaciones de un experto son muy útiles para apreciar ejercicios de gran dificultad como el galope lento o los cambios de pata cada pocos pasos. Mariona nos explicaba los detalles técnicos que apreciamos mucho más que los parlamentos del presentador entre un ejercicio y otro, en un correctísimo alemán y un ininteligible inglés.

    
    
    
    

Aunque estaba rigurosamente prohibido “para no asustar a los caballos”, yo hice fotos tranquilamente pues no usaba flash y con el ruido que había estoy seguro que los caballos no oirían bajar el botón de mi cámara digital.

A la salida mientras pensábamos a donde dirigirnos caímos en la cuenta de que era sábado y por tanto el único día que en el Flohmarkt o mercado de las pulgas se podían ver los puestos de antigüedades. Allá que fuimos y nos dimos un paseo por un mercado de frutas y verduras sorprendente, lleno de olores y abarrotado de frutas exóticas de las más diversas procedencias que hacía suspirar a Mercedes, ¡quien tuviera este mercado en Figueres!, decía.

Paramos a tomar una cerveza en un puesto que tenía buena pinta. Al leer la guía nos dimos cuenta de que estaba recomendado. Decidimos comer en otro que recomendaba y que por la numeración no debía andar lejos. Nos levantamos y dimos dos o tres vueltas buscándolo y comprobando que la numeración seguía un criterio caótico para finalmente encontrarlo. Era justamente el puesto que estaba delante de donde nos habíamos tomado la cerveza. Lo teníamos a dos metros. El lugar se llama “deli” y los menús, baguels incluidos nos recordaron las comidas de Nueva York, comimos estupendamente y salimos a dar una vuelta por el resto del mercado, que finaliza a las 17:00 aunque a las 16:30 había puestos que ya estaban recogiendo.

Mariona encontró una botella de cristal blanco para su colección, Mercedes no encontró los pendientes ni piezas iguales para montarlos de coral rosa que deseaba para hacer juego con un collar de ese color y material y en general el lugar nos pareció muy interesante aunque la solana de la tarde animaba poco a entretenerse.

    
    
    
    

Regateando como un jabato Miguel Angel consiguió hacerse con un equipo completo de “hincha” para acudir al partido: Chistera y bufanda de los colores nacionales y bandera española. Y de esa guisa se paseó hasta el hotel jaleado y admirado por cuantos se cruzaban en nuestro camino incapaz de pasar desapercibido.

Después de una siesta reparadora hemos dado un paseo por el centro, visitando la catedral para acabar cenando en Figlmüller un restaurante que recomendaba la guía, de larga tradición y excelente cocina tradicional. Para empezar no tenían cerveza, solo el vino de fabricación propia -excelente blanco, por cierto- y las raciones eran más que generosas. El filete empanado (Figlmüller Schnitzel) se salia sobradamente por todos los bordes del plato y la ensalada de patatas que lo acompaña (Erdäpfel-Vogerlsalat), en plato aparte es realmente deliciosa. También probamos el Emenntal empanado (Emmentaler gebacken mit Sauce Tartare) y el Goulash con gnoquis. Pero hay que ir con hambre acumulada para salir indemne de las cantidades de cada plato. Yo solo conseguí dormir tranquilo aquella noche gracias a mi previsión al llevar varias dosis de “Almax”. Sin embargo la cuenta fue bastante moderada.

    

Antes de ir al hotel decidimos dar una vuelta y aprovechando la Viena Card, nuestro vale de transporte dimos una vuelta nocturna en el tranvia numero uno, para ver los edificios iluminados sin hacer sufrir los pies. Sin embargo, el calor sofocante no nos dejó disfrutar completamente del paseo y llegamos al hotel cansados y acalorados.

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