Entre un espectacular despliegue de rayos y truenos, mientras caía sobre Figueres una de las tormentas más aparatosas que recuerdo, yo dormía plácidamente la siesta. Un trueno más fuerte que los otros me despertó y eso me permitió conocer la situación meteorológica. Constatado en mal estado del tiempo me volví a mi quehacer, o mejor dicho. mi que-no-hacer en los dulces brazos de Morfeo.
Al despertar, recordé que tenía pendiente de los últimos remates el artículo de ‘Revista de Aeronáutica y Astronáutica’ de este mes. Solo me quedaba capturar algunas pantallas y tomar nota de algunas direcciones de las páginas que comentaba en el artículo.
Cuando entré en el estudio había un cierto olorcillo a quemado en el ambiente y cuando ví las luces del router 3Com apagadas, comprendí la triste situación: el router había fallecido víctima de la tormenta.
Mi primera reacción fue intentar reanimarlo. Sin pensar aún en el servicio que necesitaba de él esa tarde, no podía entender que aquel fiel compañero de tantas horas de navegación por la red hubiera sucumbido a una tormenta después de haber soportado tantas. Al echarle mano para reanimarlo me dí cuenta de que estaba a una temperatura elevadísima. Aun así hice un intento desesperado y le apliqué la solución informática universal: apagar y volver a enchufar. Nada. sin signos de vida. El hub que sobre el router distribuye la señar a una parte de los ordenadores de nuestra red doméstica tenia todas las luces encendidas y es posible que haya sufrido daños, pero mi principal preocupación era el router, que me dejaba aislado de la red en un momento de necesidad.
Lo desconecté de la linea, de la red eléctrica y extraje también las conexiones ethernet para examinarlo sobre la mesa en una postura más cómoda. Mi sorpresa fue que no encontré ni como abrirlo. ¿Los fabricantes se han olvidado de para qué sirven los tornillos?, Las dichosas lengüetas de plástico nunca sabes hasta qué punto forzarlas y la mayor parte de las veces lo averiguas cuando ya se han roto. Miré debajo de las patas para ver si se ocultaban allí, pero no conseguí nada. Como mi interés por abrir el aparato se basaba en la endeble hipótesis de que los daños se redujesen a un corto en un fusible y a esta posibilidad se oponía tenazmente el olor a quemado, decidí reaccionar y luchar por mi cuota de banda ancha para esa noche.
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