El lunes era un día extraño. Por una parte era festivo pues en Italia celebran tambien la Pasqueta o Lunedi dell’Angelo, nuestro lunes de Pascua o ‘Día de la Mona’.
Como era el último día no queríamos hacer nada que comprometiera nuestra salida, retrasando nuestra llegada al aeropuerto de Bergamo-Orio para coger el avión, pero tampoco queríamos perder el día por el hecho de que fuera el último. Había más cosas que hacer que despertarse e ir a coger el avión. O al menos eso pensábamos.
Cuando nos levantamos, sin muchas prisas, después de desayunar y hacer las maletas nos dimos cuenta de que todos los museos de Milán cierran los lunes por la mañana. Nuestros planes, que eran visitar unas exposiciones temporales que había en el Palacio Real, se fueron al garete.
Hacía un día estupendo y Mercedes propuso ir a ver unas casas estilo Liberty, el modernismo italiano, pero antes fuimos a la Estación central -que también es un excelente ejemplo de arquitectura Liberty y Art Decó- donde mientras Mercedes y Mariona compraban bisutería y regalos, Miguel Ángel y yo nos fuimos al Ciber del día anterior a dar un repaso a nuestro huerto digital. Después de dejar las compras en el hotel con el equipaje paseamos por los Jardines Montanelli hasta Porta Venecia y de allí a la calle Malpighi donde comprobamos que el paseo merecía la pena. Hay tres edificios en cien metros escasos de calles que ningún visitante de Milán debería partir sin haber visto. El primero tiene la fachada llena de mosaicos que representan plantas y figuras femeninas y balcones de piedra y de forja metálica llenos de plantas. El segundo tiene la fachada adornada con relieves y esculturas que representan angelitos y caras de mujer y el tercero, el mas sencillo de todos es la biblioteca pública al final de la calle con una fachada muy interesante.
De camino habíamos visto un restaurante con buena pinta y nos acercamos allí a comer. A mi me pareció el descubrimiento gastronómico más interesante de Milán. Además de las recetas tradicionales de pastas y pizzas la casa recomendaba una serie de platos y yo me pedí una especie de mousse formada por un queso fresco y pastoso que aglutinaba unos picatostes y estaba recubierto de otro tipo de queso suave rallado. Todo el conjunto era exquisito, aunque Mariona opinó que un poco empalagoso. Yo no lo creo, pero también he de decir que solo me comí la mitad ya que lo compartí con Mercedes que se había pedido algo que resulto ser unos garbanzos con gambas y calamares con una salsa hecha con aceite y puré de los mismos garbanzos. El plato era caliente y estaba también buenísimo. A su lado los espagueti a la putanesca que me pedí de segundo aunque eran correctos palidecían completamente. Miguel Ángel había pedido algo que esperaba fuera jamón o pierna de cerdo y resultó ser una focaccia con jamón que de entrada él identificó -para su desesperación- como una pizza y luego definió como ‘un bocata de jamón plano’ y que todos le ayudamos a hacer desaparecer. Lamentablemente llegamos a los postres sin ánimo para probar alguna de las excelentes promesas de la carta, pero como habíamos leido que los museos abrían a las 14:30 queríamos ajustar el tiempo y llegar a ver alguna d aquellas exposiciones temporales.
Al llegar a la Plaza del Duomo para ver las exposiciones en el vecino palacio Real, nos ocurrió uno de los sucesos más surrealistas que puedan imaginarse, solo comparable a mi visita al Subsecretario de Defensa, lo que me hace pensar que esta debe ser la esencia de Italia: un caos con apariencia de orden.
El caso es que al salir de la boca del metro nos encontramos que la plaza del Palacio estaba cruzada por dos colas, la más larga de unos cien metros y la otra de unos sesenta. Pensamos que nuestros planes no eran muy originales y que mucha gente habría pensado lo mismo. Disponíamos de una hora para ver arte y la impresión es que pasaríamos ese tiempo en la cola que se movía muy lentamente.
Preguntamos a la gente, pero nadie estaba seguro de para qué era cada cola. Las opciones eran una exposición sobre Francis Bacon, otra sobre «El arte de la Mujer» de pinturas desde el renacimiento al surrealismo y la exposición ‘Canova en la corte del Zar‘ sobre esculturas que era la que más nos interesaba.
Sin embargo a la vista de las colas pensamos que la menos solicitada sería la del Arte de la mujer y que esa si nos daría tiempo a verla. Mientras nos poníamos en la cola Miguel Angel se fue a preguntar y al poco volvió y nos hizo señas para que abandonásemos al cola y le acompañásemos. Allí fuimos extrañados y nos explicó que una cola era para ver las estatuas y la otra la exposición de Bacon, pero que para la que íbamos a ver nosotros no había cola.
Entramos en el palacio por la puerta donde acababan las colas y unos ujieres daban paso cada espacio de tiempo a un grupo reducido de personas de las que hacían cola. Estábamos extrañados y aún más cuando después de un pasadizo de entrada, un patio y muchos andamios llegamos a un acceso que entraba directamente de la calle y no estaba en absoluto controlado.
Pensamos que cualquier podía entrar por allí desde la calle y subimos una escalinata monumental para llegar a una estancia donde en unos mostradores se vendían las entradas. Sorprendentemente se vendían las entradas para cualquier exposición sin preguntar más. Visto el panorama decidimos entrar en la muestra de escultura sin entender demasiado bien porque había tanta gente haciendo cola o porqué la cola no era hasta el mismo mostrador de las entradas y no para entrar al palacio. Aprovechando esta forma tan característica de desorganización a la Italiana pudimos ver la muestra de escultura, bastante llena de gente y donde lamentablemente no se podían hacer fotografías, supongo que para promocionar la venta de postales y catálogos, algo que por supuesto no hice. Como dice Benjamin Villoslada: «no fotos, no shoping«. Al salir decidimos no apurar y no entrar en la exposición del arte de la mujer, compuesta al parecer por cuadros pintados por mujeres.
Recogimos el equipaje y pillamos el autobús de las cinco por los pelos, para llegar al aeropuerto a sufrir las incómodas estupideces de los controles de seguridad y esperar dos horas en el área de embarque bebiendo agua poco fría, con la tienda del Duty Free con un cartel colgado que ponía ‘Torno súbito’ que en italiano debe querer decir: «me he escaqueado un par de horas» y sin poder hacer fotos de aviones, tanto por escasez de sujetos y de luz como por las limitaciones en un sitio donde una terraza habría sido una bendición para spotters y fumadores.
Al llegar a Girona tuve que deshacer la maleta para sacar el vale del aparcamiento del bolsillo de la camisa sucia que había llevado el primer día pero después de eso llegamos a casa sin más incidentes.
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