Con fecha 11 de junio fui promovido al empleo de coronel. Tanto los días anteriores como los posteriores han sido muy intensos. Lejos de faltar temas para escribir en este blog, ha habido tal cantidad de ideas atropellándose por salir, que el desorden y la auténtica montaña rusa de emociones me ha impedido imponer el orden necesario para su publicación. He hablado ante diferentes auditorios y he intentado manifestar en cada momento lo que sinceramente sentía, pero solo algunas de esas palabras han quedado registradas y aun así, he desistido de publicar algo que yo pronuncié en la intimidad de una reunión de amigos o compañeros.
Hoy me ha llegado un correo de mi amigo Federico Macau en el que me anuncia unas palabras que ha escrito en el «Roses Digital» con el título «Buenos días, mi coronel». Al contestarle, he ido hilvanando un resumen de las emociones y alegrías de estos días que si me parece generalizable y publicable como un reflejo de mi estado de ánimo. Asi que, ya instalado en Madrid, van para vosotros mis palabras.
Son muchos los que ante la inminencia de mi partida me han dicho si no me resultaba triste abandonar lo que ha sido mi vida cotidiana y mi empeño durante 29 años.
Yo he contestado sinceramente que no. Que no me voy a ningún sitio, que en este mundo moderno Madrid no está lejos y que no tengo sensación de pérdida sin por el contrario, todas las muestras de afecto me han hecho sentir que me voy con un bagaje de amistad y afecto enriquecedor.
Que por otra parte no hay progreso sin cambio y las nuevas metas profesionales que se abren ante mi, así como el reconocimiento de mis modestos méritos que implica el ascenso, me hacen afrontar mi nuevo destino con gran alegría y satisfacción.
Pero dicen que partir es morir un poco. Por eso quizás el texto que más veces venía a mi mente cuando pensaba en el cambio que se avecinaba son aquellos versos de Machado:
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar
Ha sido el único retazo de nostalgia que me he permitido, aunque solía olvidar la mención al viaje como «ultimo» y me sentía muy crítico hacia el carácter marinero de la figura poética, pues todo el mundo sabe que en un barco se puede viajar con voluminosos baúles, mientras que los aviadores debemos volar con un equipaje auténticamente ligero; especialmente si lo hacemos con Ryanair.
Pero esta sensación de partir-morir un poco también tenía su refuerzo en los panegíricos. Tales me parecían un poco las sorprendentes muestras de afecto que he recibido. Han sido sorprendentes porque pocas veces nos paramos a pensar en los sentimientos que despertamos en los demás y pocas veces tenemos la ocasión de que nos sean patentes.
Soy realista y considero que los que me aborrezcan habrán pensado en la máxima ‘a enemigo que huye, puente de plata‘ y concluído que no les merecía la pena desahogarse; asimismo hay que dar por hecho cierto que las separaciones siempre incitan a la exageración y la amistad a la complacencia. Pero todo lo que me habéis llegado a decir, y lo que me habéis manifestado de diferentes maneras aquellos que me habéis rodeado durante estos años, es tan emocionante y estimulante, que aun aplicándole un importante factor de corrección, me ha marcado profundamente.
Y por ahora, del torrente de emociones que ha arrasado mi estado de ánimo -sin destruirlo, pero sin dejar ni una sola emoción en el sitio que la tenía guardada- no puedo contar más. Tengo que seguir buscando en el sedimento de la repentina riada y decantar las emociones superficiales de los sentimientos profundos para concluir cuales son las enseñanzas que debo aplicarme, que preciados tesoros conviene guardar discretamente para uso personal y cuales se pueden mostrar para expresar mi agradecimiento y reconocimento a mi familia, mis amigos, mis compañeros, mis vecinos por haber estado ahí todos estos años que, al recapitular, me parecen tan felices. A todos, muchas gracias.