Esta tarde estaba relajándome en el spa del hotel. Para eso hemos venido a Santa Coloma de Farners, a relajarnos. De pronto, un flash fotográfico ha estallado en la estancia.
La instalación del Spa es bastante grande, una habitacion en la que hay una piscina con diversos sectores para diferentes chorros de agua a presión, burbujas y chorros de agua para masajes y un baño y unas tumbomas de burbujas integradas en la misma piscina.
Alrededor unas duchas, la sauna finlandesa y un baño de vapor, un mostrador con hielo y unas tumbonas con calor.
Suficientemente grande como para no tropezar con ninguna de las doce personas que debíamos estar allí pero lo suficientemente pequeño como para no poder evitar que algun otro usuario te salpique al usar los chorros a presión.
Completamente diminuto para compartilo con una pareja de enfervorecidos fotógrafos que cuando no se estaban echando fotos entre burbujas se picoteaban amartelados con el agua hasta el cuello.
Es cierto que parece que el objeto de sus fotos era exclusivamente ellos mismos, pero ¿por qué tengo yo que ni tan siquiera preocuparme de eso?. Parece ser que a aquellos encandilados enamorados nadie les había hablado del respeto a la intimidad ajena, que el derecho a la propia imagen tambien se extiende al prójimo y que los aparatos electrónicos no deberían ser usados en ambientes húmedos.
Mientras discuten sobre si la educacion a la ciudadanía se debe dar en inglés o en swajiri, una generación ha perdido el tren de los principios y otra lleva camino de encontrar la estación vacía.
Al salir he pasado por recepción para saber la política del hotel al respecto. El recepcionista, escandalizado, ha salido como una bala a sacar a los fotógrafos del spa, renegando de que se pueda tener acceso a hoteles de lujo con una cámara digital y faltriquera bien rellena pero con la maleta vacía de educación.
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