No suelo leer sobre la política o la situación actual en Cataluña. Me pone de mala uva. O me da vergüenza. Si, me avergüenza que hayamos permitido que la tierra antes conocida por su laboriosidad y el sentido común de sus gentes se haya convertido en una casa de locos dirigidos por una pandilla de sinvergüenzas corruptos. No suelo seguir el camino fácil de echarle la culpa a los políticos, vivimos en una democracia y a los políticos los elegimos todos. Y llevamos demasiado tiempo haciéndolo sin pedir cuentas.
Por eso no se me había pasado por la cabeza leer el último libro de Albert Soler. Este es su tercer libro, los dos anteriores eran recopilaciones de artículos publicados en el Diari de Girona: La familia Joad en Disneylandia (2015) y Estábamos cansados de vivir bien (2019).
Sabía que escribe bien porque he leído alguno de sus artículos. Suele dar en la diana con un humor fino, irónico usando el truco de ponernos frente a las cosas y los casos absurdos de la realidad como si lo dijera completamente en serio. Ese tipo de humor del que no da la impresión de que te quiere hacer reír creo que es muy catalán.
El caso es que un compañero de trabajo lo estaba leyendo y nos dio algún apunte sin desvelar demasiado y cuando lo acabó lo trajo y nos lo ofreció: «¿alguien quiere leerlo?, se lo dejo». Con el fin de semana por delante pensé «si el lunes no lo he leído, es que no lo leeré, se lo traigo otra vez y ya está».
Si que lo leí. Lo empecé el viernes por la noche y lo acabé el sábado por la noche. Los libros que me gustan los leo así, de un tirón. Este es fácil de leer. Son pequeños artículos, no sé si anteriormente publicados en el diario, porque no he leído tantos artículos suyos.
Hay que tener en cuenta el sesgo de confirmación: No dudo que a mi me hace gracia encuentro el libro brillante, pero que aquellos a los que despelleja y sus partidarios, no lo encontrarán tan gracioso. Si el lector tiene una estelada colgada en el balcón o un lazo amarillo en su corazón, a lo mejor no le hace tanta gracia.
El caso que tampoco suelo tener muchas lecturas con esa coincidencia en puntos de vista porque es como ver dos veces una película. Si te sabes el argumento no es lo mismo , y si te sabes hasta los diálogos, es pesado. Pero hay personas brillantes que expresan eso que tú ya sabes, con maestría. En este caso, con auténtica maestría y humor. Y vas leyendo un artículo y te apetece leer otro y chino-chano, cuando te quieres dar cuenta te has acabado el libro y te has quedado con ganas de más.
No, todos los artículos no son igual de buenos ni igual de divertidos u ocurrentes, pero todos son al menos acertados y entretenidos. No quiero desvelar demasiado. Me he quedado con ganas de ir a pasear por el barrio de Santa Engracia, y por Vila Roja, a tomarme unas cervezas en el Bar Cuellar, le he echado un vistazo en Google y tiene Estrella de Galicia y unas tapas con una pinta estupenda. El capitulo del Bar Cuellar es glorioso. El personaje de Conrado, otro de los ciudadanos sobre cuyas reflexiones escribe Albert, es sorprendente y nos permite asomarnos a un mundo o a una parte de nuestro mundo por la que no solemos pasear.
Albert pasea por nosotros por la realidad. Hace su trabajo de periodista y nos cuenta que el rey no lleva camisa aunque los cortesanos no dejan de alabársela y de decir lo bien que le queda; que los únicos helados que nos esperan para el desayuno son amargos como la achicoria; nos dice que en este mundo hay personas inteligentes y estúpidas, pero más de lo segundo y que cuando vamos en manada, la gente somos idiotas. Nos lo dice con gracia y parece que duele menos pero por favor, cuando estéis relajados, hay dos conclusiones a las que no se puede llegar: no penséis que la culpa es de «los otros», ni que «esto no lo arregla nadie». Por que si el rey no lleva camisa, hay que decirlo. Con educación pero firmemente. Y hay que votar, porque a los políticos los elegimos nosotros. Y denunciar sus excesos es cosa nuestra, porque a quienes roban y quienes les pagamos los sueldos con nuestros impuestos, somos nosotros. Recuperemos el sentido común.