Participar en un desfile terrestre es muy emotivo. Al ambiente de euforia producido por la fiesta y la música militar, se une la satisfacción que supone dejar atrás las largas jornadas de ensayos que en la academia suponian semanas de desfiles pista de vuelo arriba, pista de vuelo abajo durante varias horas cada día.
Para dar mas tensión al asunto recuerdo un coronel que hacia situarse al fotografo a su lado y una hora después del ensayo, en el tablón de anuncios de cada escuadrilla aparecian las fotos de todas las pasadas con circulos rojos sobre las manos enguantadas de blanco que salian de la estricta linea recta, o las cabezas que rompían las diagonales perfectas de la formación.
Verse dentro de alguno de aquellos círculos rojos hechos personalmente por el coronel director era muy poco tranquilizador. Tengo que decir que nunca tomó medidas disciplinarias con los protagonistas circulados pero el mero hecho del señalamiento rozaba la tortura.
El dia del desfile toda esa tensión se desvanecia. Los uniformes impecables, el armamento y correajes relucientes, los guantes metales dorados brillando al sol nos hacian sacar pecho mientras esperábamos ocupar nuestro lugar en la parada con la esperanza de capturar la mirada de alguna muchacha, de nuestros parientes o amigos que hubieran venido a presenciar el desfile.
Antes de iniciar la marcha había un largo periodo de espera en formación, durante el cual a veces había que rendir honores a las banderas que pasaban por delante de nuestra formación. Cuando finalmente se formaba en orden de parada y se iniciaba la marcha, todo el mundo estaba impaciente y deseoso de desfilar y de que aquello acabase de una vez.
En los primeros pasos todo el mundo intentaba colocarse, cojer el ritmo de la megafonía y ‘meterse en las diagonales’. De pronto un rumor se extendia por encima de los altavodes. Aplausos, la gente aplaudia y vitoreaba. Y se te pone la carne de gallina. Los pelos como escarpias. Y desfilas. El braceo exactamente a la misma altura que el de tus compañeros el mosquetón vertical, con la culata en el punto exacto de la cadera y los tacones cayendo rítmicamente sobre el pavimento a cada paso. El desfile se acaba antes de que puedas darte cuenta y no tiene parangón con ninguno de los ensayos que han resultado ser muchisimo más duros que ‘el día de la verdad’.
Yo tuve ocasión de desfilar en Granada, Sevilla, Valencia y Barcelona. Este último desfile fué especialmente emotivo pues desfilaba en la escuadra de gastadores y me encontraba como en casa. La tribuna estaba relativamente cerca del inicio del desfile y a la segunda o tercera brazada por la diagonal oí rasgarse algo y pensé que iba a pasar por delante del Rey enseñandole el sobaquillo. Por suerte, como pude averiguar al finalizar el desfile, solo era el forro y por fuera no se notaba nada.
Cuando al llegar al final del recorrido la formación de la Academia General del Aire giró a la derecha para bajar por la calle Roger de Flor o Roger de Lauria, no recuerdo, se perdian los altavoces y la Banda de la Academia que acompañaba a la formación empezó a tocar la marcha que el director había arreglado para aquella ocasión. Se trataba de un poupurri de sardanas y canciones populares catalanas con ritmo de marcha y la primera que sonó fué ‘La Santa Espina’. La gente rompió a aplaudir y se nos echaba encima, los gastadores teníamos que abrir paso a la formación literalmente empujando a la gente hacia la acera bajamos aquella calle, que era larguisima con la gente aplaudiendo a rabiar.