En el blog de Carme he encontrado una referencia a un artículo de Milenio sobre la divagación de la mente. Me ha parecido muy interesante, podría decir que porque se trata de una de mis actividades más habituales, pero sobre todo por los problemas que me ha dado poder controlarla, algo que no siempre es fácil y que a veces me lleva a pequeñas frustraciones porque al dispersar mis esfuerzos me impide ser más eficaz en las tareas que realizo.
Lo curioso es que en algunas ocasiones estas divagaciones son enormemente fructíferas y resulta que intento concentrarme en una tarea urgente, pero la mente se niega a enfocar el problema y atiende a cualquier detalle para desviarse de la tarea principal. Entonces aparece algo que parece enormemente atractivo una idea y allí se concentra toda la energía que intentaba dirigir hacia la tarea inicial y bajo esa presión angustiosa de estar perdiendo un tiempo precioso, necesario para resolver el trabajo que he abandonado, encuentro ideas, concentro habilidades y obtengo resultados sorprendentes.
A veces consigo volver al camino principal a tiempo de resolver de forma más o menos eficaz el objeto inicial de mis propósitos, o a veces -según su importancia- este queda relegado a un segundo plano más o menos definitivamente, pero la experiencia me dice que esos momentos ‘de distracción’ suelen ser de una intensidad y rendimiento especial y problemas que no había resuelto durante meses han caído en un momento de divagación de otro tema mas aburrido.
Es un sistema que no recomiendo a nadie. A mi me ha dado muchos dolores de cabeza, especialmente en mi época escolar: a los profesores les gusta ser ellos los que marcan el orden de estudio de las materias, solo sirve estudiar un tema antes del examen, no después y no importa lo mucho que sabes de temas ajenos al temario.