En la madrugada del tres de agosto de 1936 un avión un Fokker F-VII, bombardero de circunstancias del ejército republicano procedente de Barcelona, lanzó tres bombas sobre el templo del Pilar en Zaragoza pero ninguna de ellas explotó. Una de las bombas quedó clavada en la calle a pocos metros de la basílica dejando una silueta, al levantar varios adoquines que algunos interpretaron como una cruz.
Otra atravesó el techo del templo y la última cayó en el mismo marco dorado del mural de Goya en el Coreto. Estos hechos hicieron que popularmente se atribuyera a un milagro de la Virgen la no destrucción del templo, idea hábilmente alentada por la propaganda del bando ‘nacional’.
Hoy se exhiben y conservan dos de estos proyectiles en uno de los pilares cercanos a la Santa Capilla.
Fué un bombardeo incruento y a pesar de que la ciudad sufrió otros muchos que llevaron el horror y la muerte a la capital aragonesa, este es sin duda uno de los más conocidos debido a su difusión propagandística.
El avión había pertenecido a las ‘Lineas Aéreas Postales Españolas’ (LAPE) y se había acondicionado con medios de circunstancias para su uso como bombardero con elementos de puntería de escasa precisión, aunque en aquella época no había elementos de puntería muy precisos y las técnicas de bombardeo estaban en mantillas.
Aunque es obvio que no existen pruebas ciertas, los historiadores creen que es muy probable que el fallo de las bombas fuera debido al sabotaje de las mismas. Hay que pensar que cuando la guerra estalló muchos se encontraron en un bando diferente al que hubieran defendido, pero dada la violencia del conflicto y la deplorable costumbre de pasar por las armas a los sospechosos de simpatía hacia el bando contrario, muchos decidieron mantener lo que algunos autores han dado en llamar ‘lealtad geográfica’, es decir seguirles la corriente a los fanáticos que tenían más cerca.
Sin duda alguna además de la aparente ‘lealtad geográfica’ en ambos bandos hubo quien formó parte de la ‘quinta columna’, término acuñado precisamente en la guerra civil para definir a los que luchaban en un bando a favor del contrario realizando acciones de sabotaje o entorpeciendo y retrasando el funcionamiento de las misiones encomendadas.
Sobre la cuestión del milagro no merece casi la pena ni hablar. El que quiera creérselo se lo creerá y a estas alturas de la película no le vamos a convencer de lo contrario por más pruebas que acumulásemos. Los descreídos no necesitan pruebas para desechar explicaciones mágicas, les basta la razón y el sentido común.
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