El fin del SPAM

Según leo en El Pais, Google ha anunciado que el SPAM desciende. A mi me resulta difícil de creer y si decidiera creerlo me consolaría poco, porque sigo recibiendo mucho más SPAM que correo útil.

La verdad es que hoy en día es difícil librarse del acoso de la estupidez. No solo por correo electrónico. Cuando llego a casa me encuentro el buzón lleno de papelotes que me dicen cosas tan estúpidas como que me ha tocado una cámara digital en un concurso en el que no he participado pero que llame a su oficina para preguntar que tengo que hacer para recogerla.

Cuando rompo el boleto y lo echo a la caja de papel para reciclar, me siento en el sofá para contestar al teléfono en el que una voz con acento sudamericano pregunta por mi, con mi nombre completo. En cuanto me dice que llama de una compañía con la que no tengo relación le espeto un «no me interesa» seco y cuelgo. Algunos estúpidos vuelven a llamar, descontentos de mi atención. La segunda vez nunca ofrezco el presente de mi educación y saco a pasear el lenguaje más claro, cortante y soez con el que se puede despedir a un impertinente.

Por suerte en mi calle no reparten demasiados folletos de ofertas de grandes superficies, pero cuando voy a ver a amigos que viven en el centro de alguna gran ciudad me encuentro con portales que parecen un vertedero en un día de viento.

Y por si este acoso no fuera suficiente, hasta el banco me envía anuncios por SMS. Aún no he tenido ocasión de explicarle al director de la sucursal lo que opino de sus técnicas de mercadeo, pero en mi próxima visita a la sucursal no perderé ocasión de decírselo, además de garantizarle que no pienso comprar ningún producto con cuya publicidad decidan importunarme.

Pero bueno, dice Google que se está acabando el SPAM y yo me quedo más tranquilo, ahora que solo tendré que soportar los anuncios de Google en las páginas web más insospechadas, pondré más atención.

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