Resulta poco menos que obligado hacer referencia a un hecho que sin duda es histórico y que además tiene carácter aeronáutico. Como aerotrastornado y paracaidista he seguido con interés el salto a la fama y a la historia del austriaco Felix Baumgartner.
No negaré que también con una cierta envidia y nostalgia de aquellos tiempos en los que -salvando las distancias- yo mismo saltaba desde un avión en marcha. Supongo que esta experiencia, como a otros paracaidistas, nos hizo seguir las vicisitudes de la preparación y del salto con una cierta empatía.
El paracaidista de élite nunca pierde el miedo. Lo controla perfectamente, lo tiene reducido a su expresión testimonial y completamente controlado para saber que está ahí, como una campanilla de alarma que protege su vida, pero ni lo olvida ni lo niega. Solo los estúpidos aseguran no tener miedo y solo los inconscientes no lo tienen. Esos son los que abren la puerta al desastre. Muchas veces, cuando se analizan los accidentes se descubre que se fundamentaron sobre una imprudencia que el miedo razonable no pudo frenar.
Sobreponiéndose al miedo y controlando los nervios y la angustia que a veces se convierte en una experiencia física, los valientes realizan de forma profesional y medida sus acciones, con la precisión y la conciencia que solo las personas excepcionales pueden llegar a desarrollar. Son los elegidos para la gloria que trazan el camino que anhela seguir la humanidad.
Hay que tener el valor de renunciar cuando fríamente analizadas las circunstancias no ofrecen posibilidad de éxito. Hay que tener el valor de ver pasar las oportunidades cuando se desea intensamente aferrarse a ellas cuando se duda de si habrá otras o cuando tenemos el impulso de ignorar los datos objetivos. Hay que tener un criterio sólido y un espíritu templado para analizar todas las circunstancias y elegir el momento que el que desplegar nuestra resolución y ejercer el esfuerzo de fuerza y voluntad que nos lleva al éxito. Ese autocontrol y determinación es el auténtico valor.
Somos muy aficionados a esperar del cielo la conjunción de circunstancias que nos allanen el camino, a desear la suerte o a atribuirle parte del mérito, pero en mi opinión resulta insultante atribuir al azar o la magia influencia en los hechos reales. Si así fuera deberíamos erigir una ermita o un santuario en cada hito de la historia, en cada logro. A veces lo hacemos, atribuyendo a la serendipia la labor de estudio, formación e investigación de hombres ilustres.
Lo cierto es que incluso detrás de acciones de valor personal y de excepcionales cualidades físicas como el salto de Felix Baumgartner hay un impresionante despliegue de medios técnicos y científicos. Desde el traje de protección, el globo en el que se ha realizado la ascensión o la tecnología para retransmitir el evento en directo por la televisión, la ciencia y no la magia ha estado respaldando la empresa.
Como recompensa a un trabajo bien hecho, el éxito. Aunque tengo que decir que me ha impresionado aún más que lo conseguido, la parte que se considera fallida.
En primer lugar, el momento de descontrol. Cuando bajando en caída libre el paracaidista empieza a efectuar maniobras descontroladas y girar en barrena, sin que los movimientos que realiza – y es un experto en caída libre- le devuelvan la estabilidad. Para mi ese es un momento clave que define al hombre excepcional que en medio de la adversidad se mantiene sereno y realiza acciones, las analiza, corrige y encuentra la solución a pesar de que la presión no es la de una carrera o un campeonato sino la de la propia vida en juego.
El otro momento estelar son esos veinte segundos que han faltado para batir otro récord, el de tiempo en caída libre. Para batir un récord hay que desearlo intensamente. Casi hay que obsesionarse para acumular la voluntad y determinación que nos permitan reunir la fuerza y vencer la fatiga y el sufrimiento que comporta alcanzar y ensanchar los limites de la raza humana. Reunido este capital, para renunciar a él hay que tener una mente despejada y un valor sereno. ¿Por qué abrió el paracaídas si solo debía esperar veintiún segundos más para acumular otro récord?. Podemos especular porque poco se ha dicho sobre el particular, con el tiempo podremos conocer los detalles, pero yo estoy casi seguro que con los medios de control de la prueba que se desplegaron, no se trata de un error sino de una decisión medida tomada en función de las circunstancias, una decisión que también implica un gran valor y claridad de juicio.
Sobre los detalles del salto se ha escrito ríos de tinta sobre papel y de bits en la red, a ellos me remito para los que busquen una crónica de los hechos. Yo voy a seguir recreándome con la sensación eufórica de éxito que nos alcanza también a los espectadores de las hazañas y que es sin duda uno de los factores de la glorificación de sus protagonistas: los admiramos porque nos hacen sentir partícipes de un logro que han conseguido para la humanidad.
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Miguel A Sanchez ?@MiguelAngel_
@rpla http://www.af.mil/information/heritage/person.asp?dec=&pid=123006518 … a cada cosa el valor que tiene….y comparativamente…no hay color.
Siguiendo el enlace encontramos, en la página de la USAF la historia del Coronel Joe Kittinger Jr. quien al parecer fue el auténtico (?) primero hombre en superar la barrera del sonido en caida libre, aunque supongo que su record no estará homologado ni patrocinado por Red Bull…..