Hoy ha sido un día de desilusiones. Ni bueno, ni malo, estamos de vacaciones y hay que disfrutar lo que viene, pero uno tiene su corazonzito y estas cosas van dejando su huella.
La primera decepción del día ha sido comprobar que la previsión del tiempo no había errado en el pronóstico de lluvias. La segunda experimentar que la ducha de la habitación es tan pequeña como parecía, la tercera que el frutero del comedor de desayunos era un mero adorno y lo único que había para desayunar era un café, un panecillo con mantequilla y mermelada y unos crosisants aceptables.
No es que la pitanza tuviera defectos, es que esperábamos algo más variado. Pura gula.
Es lo que suele suceder con las decepciones: la mayor parte no son defectos de la realidad sino expectativas falsas que nos creamos sobre la misma. La realidad es la realidad y lo único que deberíamos esperar de ella es apreciarla sin deformaciones.
En la Hertz nos esperaba el coche apalabrado ayer. Un Mercedes Clase A automático al que hemos añadido un GPS para no perdernos del todo. A trompicones por la falta de costumbre de conducir sin cambio y después de alguna vuelta esperando a que el GPS se situase, hemos tomado la autopista que recorre la isla de un extremo al otro.
Nuestra intención principal era visitar l’Alghero o l’Alguer, la parte de Cerdeña donde se habla catalán. Al menos eso dicen y nosotros queríamos comprobarlo.
El viaje ha sido pesado, la mayor parte de él ha estado lloviéndo entre ‘de forma contínua’ y ‘a cántaros’. A la ida hemos decidido tomar el camino de la costa a partir de Bosa, un pueblo precioso a la orilla del río Temo, el único navegable de Cerdeña. Las casas con las fachadas de colores subiendo por la colina hacia el castillo de lo Malaespina de da una vista solo truncada por un par de grúas de construcción. Alli ha aprovechado Mercedes para entrar en tratos comerciales con el sector de la joyeria sarda que tenía fabricados unos pendientes de filigrana esperando su especial visita y claro, ante la proximidad de su cumpleaños, no nos hemos podido resistir.
Como si estuviera preparado, Bosa ha sido el único alto en que ha dejado de llover. Por una carreyera tortuosa de paisajes memorables con calas y acantilados y montañas teñidas de amarillopor la genista y de blanco y verde por el mirto, hemos llegado al Alghero.
La primera necesidad urgente que hemos atendido ha sido la de buscar un restaurante. Queríamos comer la langosta a la catalana que al parecer es típica de esta tierra, pero los hados de la pesca no nos han acompañado y hemos acabado comiendo bien, pero otra cosa.
Nada de gente hablando catalán. Quizás algún de Barcelona, tan intrigado como nosotros. En el restaurante hemos preguntado. En l’Alghero nos han dicho se habla el ctalan del Alghero -diferente del catalán de cataluña, nos han remarcado- en familia y principalmente la gente mayor. La gente joven habla poco catalán. En la escuela se estudia en italiano y también el sardo.
Los nombres de las calles y otros letreros figuran en italiano y en catalán. Con nombres bien diferentes en las calles el antiguo en catalán el moderno en italiano. Hay varios monumentos interesantes, las murallas, la catedral, la iglesia de San Francisco y un antiguo palacio convertido en heladería.
En fin, algo muy normalito en un país de larga tradición artística y historia antigua como Italia, algo previsible en un área turística donde el catalán es una curiosidad más que miman con el mismo cariño que las playas porque atrae a turistas del principado en busca de los límites míticos de los no menos míticos ‘Paisos Catalans», ensoñación febril de algunos folkloristas políticos.
Después del baño de realidad, el chaparrón bajo un cielo negro abierto sobre nosotros nos acompañó toda la tarde en el regreso a Cagliari, donde buscamos refugio para cenar en Jannas, un restaurante próximo al hotel, recomendado con mucho acierto por la guia de El Pais.