Hoy he llegado a slashdot para leer una noticia que el acumulador de titulares Feedly había dejado en mi lista de medios seleccionados. La noticia era sobre la caida de un importante servidor del conocido como «internet oscura» o «internet profunda«, un tema del que llevo unos meses leyendo noticias aqui y allá, documentándome con la esperanza de poder escribir algo ameno e interesante, sin necesidad de llegar a lo trascendental, para mi artículo mensual en Revista de Aeronáutica.
Slasdot es un peculiar sitio de noticias orientado a la tecnología que reune resúmenes breves de historias de otras páginas web y enlaces a ellas aportados mayoritariamente por los lectores. Son los lectores pues quienes le dan su estilo, lectores a los que adivino, como yo mismo, amantes de la tecnología, las redes y la cultura digital, todo eso que en algúm momento se llamó «las nuevas tecnologías», pero que ya no son tan nuevas y desbordan por completo el campo de la tecnología para acampar en el concepto de la sociedad, la epecie humana, la vida.
Visto así, no resulta difícil ir a leer algo concreto y acabar dándole un repaso a todo en general. Y eso me ha pasado a mi, he llegado hasta el final de la página. Y allí, justo debajo del nombre de la página, situado en el pie de página, aparecía una frase encerrada en un globo como los de los diálogos de los comics.
La frase me ha llamado la atención, estaba leyendo la página traducida automáticamente al español y en nuestro idioma decía: «La posesión de un libro se convierte en un sustituto de su lectura. – Anthony Burgess«. Ha sido como un mazazo, porque como no me hago trampas al solitario, me he dado por aludido inmediatamente.
Es cierto que muchas veces compramos libros, con la sincera intención de leerlos y pasan a nuestras estanterías donde acaban durmiendo el sueño de los justos olvidados, bien porque desaparece nuestro interés en el tema, porque no encontramos el tiempo o las ganas de acometer su lectura, o porque después de echarle un vistazo superficial o leer intensamente solo algunas páginas nos convendemos de que «ya lo hemos leido». Es posible que incluso alguna vez lo citemos. Y todo.
Hablo en plural, porque estoy seguro que no soy el único que ha hecho alguna de estas. En cualquier caso, esta tarde, en ese momento de íntimo confinamiento en el que leí la frase, me reconocí en ella. Pude hacerlo sin el pudor que nos obliga a disimular en público porque nos parece que si reconocemos un error ante otros, van a considerar que ese error nos define. Por eso nos apresuramos a ofrecer al público solo la versión más endulcorada de nosotros mismos, con tanto interés, que nos lo acabamos creyendo. Pero ocultar nuestros defectos, sobre todo a nosotros mismos, no es buena política. Sin reconocerlos, no podemos combatirlos.
Y como la lectura es la principal vía de adquisición de conocimientos, todos nos convencemos de que «leemos mucho». No mentimos al decir que leemos, a la afirmación le falta la intención consciente de engañar. Estamos convencidos de que leemos mucho. En mi caso, el hábito de la lectura tiene dos obstáculos importantes, que se resumen en uno verdadero.
Los obstáculos son la dificultad para concentrarme en un solo tema y la facilidad en interesarme por algo diferente de lo que estoy haciendo. El resumen verdadero se llama dispersión. Y ya se sabe que «quien mucho abarca poco aprieta». Yo no puedo evitar saltar de un tema a otro, interesarme por infinidad de cosas, dedicarme intensamente a algunas de ellas por algun tiempo, hasta que otra me llama de forma irresistible.
Cuando uno sopesa sus defectos, tiene que considerar que no puede ser tan grave la cosa si ha llegado a algo en la vida, o que encontró algo para compensar lo que no puede evitar y asi elude ser tragado por el sumidero. En mi caso, ya que estoy solo, puedo reconocerme una cierta capacidad de síntesis, una retentiva casi diría que prodigiosa para lo que me interesa …y nula completamente para lo que me importa un bledo. Y entre mis factores de compensación puedo decir en lenguaje sencillo, sin innecesaria modestia, que la cabeza no me funciona mal e incluso que bajo presión, rinde bastante bien.
Pero ¿quien es el autor de la afirmación que me sorprende y turba?. La frase me ha llevado a investigar al autor. Así me he entrado que Anthony Burgess (1917-1993) fue un escritor y compositor inglés, de prolífica obra literaria y musical, conocido por su novela «A Clockwork Orange» (1962) convertida en película por Stanley Kubrick en 1971, película que yo vi en Granada en el año 1976. Al parecer la película, igual que la versión norteamericana del libro no incluye el capítulo 21 de la obra original y este capítulo es fundamental en la conclusión que se saca del desarrollo del argumento. Siguiendo enlaces he llegado al capíulo 21, que puede leerse en el blog Klamahama.
No solo me ha parecido fantástico sino que me ha sorprendido algo que no se expresaba en la película: la peculiar jeringonza en que hablan los personajes, un lenguaje inventado por el autor, que era un poliglota que hablaba entre seis y diez idiomas y que concede a su novela distópica la capacidad de convertirse en atemporal, al impedir que su lenguaje la encasille en una época.
Es más de media tarde, y tengo que decir que todo empezó después de comer, cuando me puse a buscar el manual de mi nueva cámara de fotos. Internet puede ser un frondoso bosque inundado por la neblina donde dispersarse y perderse, pero a mi modo de ver es un bosque de árboles frutales, y si uno sabe orientarse, o dejar un rastro de guijarros, puede salir del bosque con un cesto lleno de jugosas frutas.
Cuando iba al colegio era muy importante leer lo que te decían «que tenías» que leer y hacerlo «cuando tenías» que leerlo. Sin embargo ahora, cuando solo leo lo que me interesa, siguiendo lo que el frondoso bosque me ofrece y paseando por los senderos que me apetece, el resultado está plagado de satisfacción y cierta pátina de cultura. Leer es importante. Pero yo creo que solo es interesante si lo que lees te apasiona y te absorbe. Entonces la lectura te empapa y cala el alma, creando en ella ya no una pátina, sino un poso de conocimiento, …y una gran satisfacción asociada al mismo.