Es frecuente oír hablar de «Nativos Digitales» para referirse a los jóvenes nacidos a partir de los años ochenta o noventa, del pasado siglo y que han crecido en medio de la expansión de las tecnologías de la información. Sin embargo esta denominación con frecuencia se usa fuera de contexto, como un adorno del parloteo sobre las bondades y paradojas del «mundo digital».
Quienes lo usan se quedan en los aspectos superficiales y frecuentemente desconocen el origen de esta expresión que fue acuñado por Marc Prensky para postular que aquellos niños que habían
crecido usando la tecnología digital son no solo más hábiles en el uso de estas tecnologías sino que han desarrollado capacidades peculiares a la hora de atender a múltiples fuentes de información, prefieren la información gráfica al texto y potencian la búsqueda de información al azar sobre la metódica y lineal.
La designación de ‘nativo’ es por analogía a los habitantes de un país que desarrollan el lenguaje del mismo y lo conocen desde el momento en que aprenden a hablar a través de la imitación instintiva.
Esta adoración por las capacidades de la «generacion N«, me recuerda en cierta medida la idolatría de la juventud que surgió en los años 60 y de la cual esta nueva fe es descendiente directa. Ambas tienen el valor de las corrientes sociales que pretenden explicar las causas de fenómenos sociales y el devenir histórico, pero distan mucho de ser teoremas sobre el comportamiento humano, si tal cosa pudiera existir.
Para empezar quienes denigran el papel de los ‘inmigrantes digitales‘ olvidan que fueron precisamente estos quienes dieron a luz a la ‘digitalización’ y al usar el paradigma de nativos por analogía al uso de una lengua no hay que olvidar que muchos parlantes de su lengua nativa son incultos o incluso analfabetos. Creo que también sería inexacto denominarnos ‘Pioneros digitales’, porque un apelativo adjudicado a toda una generación sin un estudio demográfico que lo avale no tiene valide como argumento. En la misma época conviven los pioneros y los tecnofóbicos, los «Apocalípticos e integrados» de la cultura digital.
El progreso de la humanidad viene determinado por su rechazo al esfuerzo. Todos los grandes inventos sirven para trabajar menos, para aumentar la producción con menos esfuerzos o menos recursos. Vivir en la opulencia sin trabajar ha sido considerado expresión del éxito y la autentica aristocracia social atesora tiempo y dinero para poder disponer de él libremente.
Históricamente, aquellos que no tenían el nivel de riqueza suficiente para disfrutar de una vida ociosa, consideraban que si se esforzaban en sus quehaceres, frecuentemente en beneficio de la vida ociosa de los ricos, podrían ascender en la escala social y llegar al estadio superior que comportaría como principal recompensa, esa vida ociosa.
Como el acceso universal a este estadio es evidentemente imposible para la mayoría de la humanidad, la promesa de un vida mejor en la que como premio a un comportamiento laborioso y resignado en esta vida terrena, se concede el ocio y la felicidad eterna, ha ganado muchos adeptos, determinando el éxito de las religiones.
En el campo intelectual, la sabiduría es la riqueza y el reconocimiento la recompensa. Como en realidad hay una relación directa entre la capacidad propia, el esfuerzo realizado y el conocimiento obtenido, la dinámica del camino hacia la sabiduría se rige por leyes muy parecidas a las de la física. Si las manzanas caen hacia el centro de la tierra y la entropía del universo aumenta, también podemos habar de una mecánica y una termodinámica del conocimiento, expresada algunas veces de forma sucinta y aproximada en la relación entre ‘inspiración y transpiración’ y que yo traduzco en la afirmación de que la serendipia no existe, porque el descubrimiento casual requiere que el hallazgo sea observado por una mente preparada para interpretarlo. «Al saber le llaman suerte», cuando en realidad es fruto del esfuerzo previo de estudio y observación.
Esta realidad lleva a la potenciación de los aspectos superficiales que exigen poco esfuerzo, a la recreación en la contemplación de las imágenes y a la vanalización de los textos, que no es sino una depreciación del conocimiento para ponerlo al alcance de la mayoría. No para un objetivo noble, que sería aumentar su sabiduría, sino para que pueda creer falsamente que ha llegado al estadio superior sin esfuerzo, como si se le hubiera descubierto el movimiento perpetúo.
Se destaca lo irrelevante y se enfatiza el aspecto lúdico de la cuestión, como si cuidar de la granja en Facebook1] o jugar a Apalabrados tuviera el mismo valor que luchar por erradicar el hambre en el mundo o tener una capacidad oratoria fluida y expresar ideas coherentes en sede parlamentaria.
El error es frecuente en muchos campos y radica en confundir el medio con el fin.
El factor auténticamente significativo en la digitalización no es la cuestión de los nativos o inmigrantes digitales, sino el grado de alfabetizacion digital. Quienes se entusiasman con los avances de la mítica ‘sociedad de la información‘ olvidan que la digitalización no es global, que el fenómeno de la ‘brecha digital‘ separa a los países pobres, sin acceso a la red y a las tecnologías de la información y computación de los países ricos. Aun dentro de estos últimos la digitalización es un sarcasmo para los que debaten por la supervivencia en medio de la pobreza.
Aquellos que tenemos el privilegio de la ciudadanía digital, que tenemos acceso a la red y nos desempeñamos con soltura en el uso de las tecnologías de la información, tenemos la gran responsabilidad de luchar para que estas tecnologías sean un auténtico factor de progreso, un elemento revolucionario y transformador de la sociedad. Esto solo será posible si la alfabetización digital y las ventajas de la sociedad de la información son un derecho universal inalienable tal y como propugna la cultura hacker que no es otra que la expresada por el principio de que «el acceso libre a la información y la informática puede mejorar la calidad de vida de las personas» y de esa forma quizás tendremos, como expresaba Enrique Dans en su blog allá por 2008: una generación de «nativos digitales» capaces «no sólo de usar las máquinas, sino también de entenderse directamente con ellas, de crear aplicaciones en lugar de limitarse a utilizar las que han creado otros, en un mundo cada vez más caracterizado por las libertades que proporciona el uso de software de código abierto«.
[1] Recuerde: escrito en 2013. En aquella época había un juego -bastante alienante- en la red social Facebook en el que había que cuidar, cultivar y hacer crecer una granja. Requería atención y dedicación que es lo que pretendía Facebook: una legión de atentos usuarios.