Durante nuestro reciente viaje a Murcia, se estaban celebrando las Fiestas de Moros y Cristianos. Por regla general lo que se conoce como «festejos populares» no me atrae demasiado. Por varias razones, entre las cuales quizás las más importantes sean que no me gustan las multitudes y que no me gusta divertirme por obligación.
Lo de las multitudes no es exactamente una demofobia o una agarofobia. Puedo estar en espacios abiertos con multitudes, pero por regla general, no lo encuentro divertido. Prefiero las playas solitarias a esas que huelen a aceite bronceador, los recitales con asiento al mogollón de los fans bajo el escenario, en fin, que es un tema de comodidad y relajación, algo que cuando vas tropezando con seres humanos, no resulta muy fácil.
Eso elimina de mi lista de diversiones la mayoría de los «festejos populares«, precisamente por el hecho de serlos: Las Fallas, La Feria de Sevilla, Los Sanfermines, El Rocío, La Tomatina, La Tamborada y tantos y tantos otros donde la gente se lo pasa fenomenal empujándose, intercambiando olores corporales y salpicaduras diversas, tanto de bebidas -preferiblemente alcoholicas- como de fluidos corporales, alientos fétidos y miradas extraviadas, cuando no insultos o puñetazos. Que conste que considero muy libre a cada cual de divertirse como quiera y abogo por la libertad de cualquier diversión inocua, siempre que no sea obligatoria.
Llegando a este punto se me podrá preguntar que cual es entonces la fiesta de Murcia que más me gusta. Pocas. Una …o ninguna, no recuerdo bien. Los Murcianos, a los que quiero como si mis propios paisanos fueran, hijos de una tierra en la que me encuentro fenomenal los días laborables que no hace mucho calor, tienen una tendencia odiosa a la aglomeración, cuya manifestación más deleznable es el desfile bloqueador.
El desfile bloqueador es el mecanismo por el cual mediante comparsas, peñas, mulatas de escuelas de samba, familias enteras vestidas de huertano, sardineros, los nazarenos “Moraos” de nuestro Padre Jesús o los Salzillos, fiesteros murcianos en general se distribuyen para bloquear la circulación en el centro de Murcia en ocasiones incluso formando barricadas con lineas de sillas o tribunas.
Parte de ese afán exhibicionista lo comparten también los Moros y Cristianos, una fiesta sin raíces ningunas en la ciudad de Murcia, «tradición» creada de forma completamente artificial en el año 1983 no se bien si por la mera excusa de entorpecer el tránsito o por envidia carnavalesca de los disfraces y alhajas de algunos pueblos levantinos donde sí es tradicional esta fiesta.
En general la diversión consiste en gastarse lo que no está escrito en trajes sin ningún rigor histórico -ni siquiera cinematográfico- para poder pavonearse por las calles entorpecidas, formando ruido propio o de gaitas y cencerros foráneos y mercenarios para luego retirarse a los «campamentos», «