Llegué al artículo de Javier Marias el mismo día de su publicación a través de un comentario en Twitter.
Me pareció algo explosivo, provocador o pretencioso, pero la verdad es que el insigne académico tiene que perdonarme, yo soy uno de esos ignorantes que navegan por la red y no ha leído jamás uno de sus libros. Me sorprendieron varias cosas en el artículo que no me animan a leer nada del mismo autor. Así que esperé a ver que decían los que seguramente le conocen más.
El hecho de que sea un neurótico adicto a un modelo de máquina de escribir no me impresiona. A Cela le gustaba escribir con pluma en el reverso de papeles usados y como dice Serrat, cada quien es cada cual…
Lo que me sorprende del artículo lo explica estupendamente Escobar en su blog, en un artículo titulado Despreciar cuanto se ignora. Es básicamente lo mismo que me llamó la atención desde la primera lectura del artículo. El autor, que es miembro de la Real Academia asegura no haber navegado jamás por la red y cuando lo hace, en media hora se forma un criterio. No hace falta darse cuenta de que confunde foros con blogs (y el culo con las témporas) para sospechar que emite un juicio aventurado y que es tecnofóbico.
La siguiente conmoción me la produjo la aversión al dialogo y al comentario. A este señor le preocupa que «cualquiera» pueda comentar su obra o «se inmiscuya» en sus estupendos razonamientos con insultos y descalificaciones. Con suma habilidad de principiante debe haber recorrido el camino de los trolls en el que no crece flor alguna. A mi el troll me parece que es él, engreído en su maquina de escribir que imagino chapada en oro, mayestático en su sillón académico, magistral en sus sentencias, indiscutible señor de sus elucubraciones.
No creo que se trate de una maniobra, porque de serlo lo sería en un estilo excesivamente digital, el de los que escriben provocaciones o comentarios con el único fin de obtener una respuesta, un alud de visitas o iniciar una polémica. Si no puedes impresionarles, al menos que te lapiden, versión suicida del «que hablen de mi, aunque sea mal«. O quizás, después de todo, esta práctica no sea algo tan digital, sino que lo oculto y lo furibundo en realidad forma parte de la vida y la red es únicamente el medio que usamos para enviar el mensaje.