Han venido de vacaciones, a pasar unos días en la playa con nosotros, mi hermana y tres de sus nietos.
Aunque yo les conocía desde pequeños y les he visto con frecuencia en fotos, ellos no se acordaban mucho del tío abuelo, un parentesco muy lejano para tan corta edad. En cualquier caso es cierto que habíamos tenido pocas oportunidades de convivencia.
La piscina ha sido el gran atractivo de estos días. Vienen de Menorca y el mar, entiendo, no es una gran novedad. Yo también prefiero las calas de la isla a la playa de Barcelona y la piscina al mar.
Al plantearnos que actividades podíamos compartir, y dado que habían mostrado curiosidad por mis dibujos les hice una propuesta que aceptaron encantados: dibujar y pintar unas postales para enviarlas por correo a sus padres.
Saqué un cuadernillo que había comprado en el Tiger-store de Oporto, y utilizando los lápices, plumas, pinceles y pinturas que uso habitualmente, nos pusimos manos a la obra.
Creo que se lo pasaron bien, y desde luego demostraron unas cualidades excelentes. Sobre todo, como casi todos los niños, una gran imaginación y pasión por el color.
Intenté explicarles que la expresión es más importante que la exactitud de las formas y que el sentimiento supera a la técnica.
Como guía, se me olvidaron algunas indicaciones. Una de ellas, que apretar el lápiz contra el papel no mejora los resultados. Sin embargo su entusiasmo superó mis capacidades docentes, y a la vista están los resultados de Paula (12), Sergio (12) y Julia (6).
Las hemos franqueado con un sello y salieron con el correo, aunque es posible que sus padres, que ya han visto los resultados a través de las redes sociales, reciban antes a sus hijos que las postales: cosas del correo en los tiempos modernos.