Saint-Exupèry por Hugo Pratt

Los cómics de Hugo Pratt siempre han tenido un encanto especial. En sus libros no podría decir que es lo que más me ha fascinado, si los dibujos, los personajes o las historias. Creo que como apasionado y eterno aprendiz del dibujo lo que mas me atraía era la expresión de sus imágenes, el encanto del uso del color aplicado con aparentemente descuidados trazos de acuarela que milagrosamente daban volumen y vida a unas lineas que se dirían trazadas como para un boceto pero que en su provisionalidad definen las forma aún más exactamente que el mas cuidado de los dibujos.

Abrir un libro de Hugo Pratt es sumergirse en un placer para los sentidos. Su personaje más conocido, Corto Maltés, es el aventurero mítico que todos llevamos dentro, un personaje entrañable y profundo, complejo y sorprendente como el Mediterráneo que le sirve de marco. Quizás por su naturaleza Mediterránea es por lo que las aventuras de Hugo-Maltés nos resultan tan familiares. Recuerdo que paseando por las calles de Cagliari, en Cerdeña, me parecía estar sumergido en una de sus obras y que Corto Maltés podía aparecer en cualquier esquina.

Cuando yo leía las aventuras de Corto Maltés lo hacía en la revista Totem y mi economía de estudiante no me alcanzaba a comprar los libros de cómics, hoy llamados «novelas gráficas«. Por eso solo tengo memoria de retazos de sus aventuras y ando pendiente de la lectura detenida de todas ellas en orden cronológico, empezando por La balada del Mar Salado.

PortadaUn día tuve la gran sorpresa de descubrir que Hugo Pratt era un aerotrastornado y Umberto Eco un aficionado a los cómics. Me enteré de que una de sus últimas obras era el libro «Saint-Exupéry – El último vuelo«. Desde entonces me propuse que un día tendría ese libro en mi biblioteca y lo leería, seguro de que me proporcionaría el mismo deleite que las obras de sus protagonistas.

El lunes, en el Salón del Cómic había premeditación. Era un lugar bastante adecuado para encontrarlo y cuando pasaba por delante de los puestos de los libreros los inspeccionaba en su busca. Ya casi a punto de salir, lo vi en lo alto de una estantería. «¡Que vista!» me dijo Llanos -«yo ni lo habría visto», me dijo mientras el dependiente se subía en una escalera a buscarlo. Yo no pude evitarlo «me llamaba» y deseaba irse conmigo de aquel aburrido estante. El principito, los moros de Ifni, Guillamet y Consuelo me llamaban a coro desde sus páginas y habría sido imposible pasar por delante e ignorarlos.
No pude esperar a llegar a casa, lo primero que hice cuando me senté en el incómodo asiento del cercanías fue abrir el libro y leerlo de un tirón. Fue tan estupendo como esperaba. Como compartir una tertulia con viejos amigos, como acompañar a Saint-Exupèry en unos de sus vuelos y en sus fantasías, como recuperar el trozo de la infancia donde habita el principito o tomarse una caña con el viejo zorro al que hicimos nuestro amigo y fue único en el mundo.
Aunque quisiera no podría describir el argumento del libro porque su recuerdo no me evoca una historia sino unos sentimientos solo puedo recomendar su lectura a los que quieran mecerse en las nubes y soñar con las maravillosas sensaciones del vuelo, la aventura de la vida y los recuerdos de la infancia para disfrutar como solo los niños saben hacer. Ya se sabe que Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan).

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