No creo que se trate de insolidaridad. Es simple estupidez. Una estupidez peligrosa.
A los alemanes les dijeron que los judíos tenían la culpa, a nosotros que «España nos roba«. Frases cortas y sencillas fáciles de asumir y que liberan al pueblo de su responsabilidad y sobre todo, de la necesidad de trabajar por una solución real. Se llama demagogia y es otra de las vulnerabilidades de la democracia. Su base es una educación deficiente y sobre todo manipulada, casi tanto como los «medios» donde hace años que en pro del sustento publicitario que mana del poder, «España» es «el Estado» y la «nació«, «Casa nostra«, es solamente Cataluña. Varias generaciones de jóvenes adoctrinados en una historia reinventada, en la aceptación de las afirmaciones secesionistas sin discusión ni prueba y con el retrato del Líder Supremo colgado en las clases, en el mismo clavo que estuvo colgado el del dictador.
Resulta sorprendente como tanta gente puede creer que los responsables de financiar ilegalmente sus partidos, de robar a la sanidad el dinero público que luego recortan en prestaciones, de robar fondos europeos de formación, de fastos y excesos partidarios con el dinero de todos, …, esta pandilla de sinvergüenzas y bandoleros, van a gestionar mejor los asuntos públicos sencillamente por un cambio de bandera, cuando lo lógico sería pensar que si tienen que rendir menos cuentas o responder ante tribunales nombrados por ellos, aún se reirán más de la justicia, de los ciudadanos y del estado de Derecho.
Catalanes, no nos roba España (que es un ente inmaterial, sin voluntad ni responsabilidad), nos roban los políticos, (de aquí y de allí) y nos roban porque nosotros les nombramos para los cargos y luego no les exigimos responsabilidades, nos roban porque nos cuentan milongas que no analizamos críticamente y no nos indignamos cuando son mentira. Nos roban porque permitimos que sentimientos primarios y emociones dominen nuestra razón, y porque somos una panda de borregos sin dignidad.
Nosotros. No solo los rusos, los afganos, los yanquis, los andaluces, los franceses o los vascos. Nosotros, ciudadanos de nuestro pueblo, que decidimos ser borregos y apretarnos al rebaño con la esperanza de que todo se solucione sin tener que pensar, decidir o trabajar, que esperamos el pienso que cae del cielo y seguimos corriendo encadenados aun cuando el Gran Carnero está ya saltando por el acantilado. Felices sueños.
Este texto fue escrito durante el llamado «procés«. Un proceso propagandístico para despertar el ser gregario, crédulo e ignorante sembrado en el corazón de los catalanes. Cuya única finalidad era salvar el culo de los políticos corruptos que habían robado nuestro dinero a manos llenas y querían que siguiera manando de las arcas del estado – de nuestros bolsillos, a costa de nuestras necesidades y los servicios públicos- para seguir enriqueciéndose y manteniendo la red clientelar que les mantiene a flote sobre la mierda.
Varios años después, están a punto de conseguirlo. Se ha repetido el esquema que viene funcionando desde el fin de la dictadura: Partido «de Madrid» necesita votos para sentarse en el gobierno (y cagarse en todos nosotros) y el nacionalismo le vende los votos por un plato de lentejas. Esta vez el precio es la impunidad de su golpe de estado. de su intento de hacernos extranjeros en nuestra tierra, de sus políticas secesionistas y de pasarse el orden constitucional por el mismísimo forro de los cojones, hoy convertido en el arco del triunfo por la inmoralidad y la ambición, avalada, no lo olvidemos, por nuestro voto amnésico y anestesiado.
La amnistía no es una cuestión sin importancia para «restablecer la tranquilidad». Muy al contrario es una cuestión inquietante, ya que en su propia esencia está la afirmación de que no solo el delito se puede perdonar, sino que en realidad, nunca existió. Es decir, atenta directamente contra la propia esencia y existencia de la ley. Admisible después de periodos dictatoriales, esencialmente injustos, es inadmisible en democracia. Su defensa implica un ataque a la voluntad popular expresada en las leyes, su aprobación conmueve los cimientos del sistema, y lo somete a un proceso de asalto y derribo.
Aquí los únicos que se van a quedar tranquilos son los golpistas, delincuentes, los supremacistas, los alborotadores, los corruptos, que han expresado su voluntad de «volverlo a hacer» y ahora tienen la garantía de que pueden hacerlo porque la fiesta les ha salido gratis. La gente de bien, los ciudadanos respetuosos de la ley, quedamos a los pies de los caballos de aquellos que han pretendido eliminarnos, silenciarnos, ignorarnos y someternos. De tranquilidad, nada.
Y los ciudadanos asistimos asombrados y pasivos a esta descomposición de la democracia. El ejecutivo impone su mayoría y controla el legislativo mientras ejerce ambos poderes contra el judicial porque los corruptos de ambos bandos no se ponen de acuerdo para nombrar unos jueces lo suficientemente tibios con sus pecados ni suficientemente enérgicos con los pecados de los otros.
Quien miente y engaña, quienes no respetan las normas, no cambian. Lo seguirán haciendo para su único y exclusivo beneficio mientras no lo impidamos en las urnas. Y no hablo de cambiar el signo de los corruptos. Se trata de encontrar y elegir a ciudadanos honestos, que trabajen por el bien público al servicio del pueblo. Quizás alguien piense que se trata de una utopía, pero de eso trata la democracia, no de bandos y partidos. La democracia es el gobierno del pueblo para el pueblo.