La publicidad de la cerveza Heineken dice que tienes que ver el mundo en verde. Así es como se vería a través de una botella de la marca, o a través de muchas botellas. Como estas botellas que forman un muro, porque son botellas especialmente diseñadas para convertirse en ladrillos.
La historia dice que Albert Heineken, en 1960 visitó Curaçao e impresionado pro la pobreza que pudo observar y en vista de que los envases retornables tienen el inconveniente de que hay que transportarlos vacíos de vuelta a la fábrica, algo que frecuentemente cuesta más que el propio envase, se le ocurrió la feliz idea de crear un tipo de envase que fuera no solo fácilmente reutilizable sino que a demás fuera práctico.
Se dirigió al arquitecto neerlandés John Habraken al que pidió que diseñase un tipo de botella que pudiera ser utilizada como elemento de un muro.
El resultado fue la botella que se llamó «World Bottle» o WOBO para los amigos. Las botellas encajan unas en otras y son fácilmente alineables y apilables gracias a su costado plano y rugoso para permitir agarrarse a la argamasa. Lo de las esquinas es un pequeño inconveniente, porque a diferencia de los ladrillos las botellas no se pueden partir, pero como celosías transparentes darían sin duda muy buen resultado.
Pensar en construcciones sostenibles y en reutilización de materiales tiene su mérito, pero el «ladrillo lleno de cerveza» como lo llamaba su promotor no pasó de ser una feliz idea que los expertos en marketing y otros señores serios y encorbatados tiraron por tierra, convirtiendo a Heineken en la empresa «que pudo ser verde en 1963».
De las botellas se fabricaron unos cuantos miles, en dos tamaños, las suficientes como para construir un gran muro en la fachada de la fábrica de Heineken y para presumir en el museo de la cerveza. Salvo que tener buenas ideas está bien, pero llevarlas a la práctica es aún mejor.
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