Dicen que la educación es aquello que queda cuando se ha olvidado todo lo que hemos aprendido. De nuestros años de colegio nos quedan un sinfín de conocimientos que ni tan siquiera suponemos que están ahí, simplemente afloran en el momento necesario.
Sin embargo entre la red de millones de conexiones de neuronas en nuestro cerebro queda retazos de información incompletos o erróneamente relacionados que llegan al consciente por el mismo mecanismo que hace aflorar los datos correctamente almacenados.
Estas confusiones, o errores memorizados, o errores de recuperación son un proceso interesante porque nuestra visión subjetiva es la de estar convencidos de que sabemos algo con seguridad y defenderíamos tan apasionadamente ese postulado falso como la verdad del Teorema de Pitágoras.
Cuando una evidencia nos muestra la verdad, nos sentimos vulnerables como los niños que éramos cuando fijamos aquel error.
Viajar nos pone continuamente ante evidencias de conocimientos que solo habíamos adquirido a través de los libros, la televisión o el relato de amigos, profesores o familiares. Viajar es interesante porque proporciona experiencia y conocimiento y nos muestra que parte tan insignificante somos del universo y cuantas cosas aún ignoramos. Viajar es interesante porque con la experiencia siempre viene un poco de sabiduría.
Pero volviendo al tema sobre el que quería escribir, quería contar la pequeña historia de uno de esos errores de almacenamiento.
Este verano mientras paseaba por el Met en Nueva York me quedé sorprendido al ver un cuadro colgado en la sala de pintores españoles y reconocer a su protagonista. Don Gaspar de Guzmán y Pimentel nació tal dia como hoy hace 421 años y es recordado como el Conde-Duque de Olivares, válido del Rey Felipe IV y una figura notable en la historia de España de la que sorprende, como dice Gregorio Marañon en su biografía, no los grandes odios que concitó en su época sino que estos hayan perdurado a través de los siglos. Quizás la frase que más lo define es la que el propio Marañon usa como subtitulo de su biografía: «La pasión de mandar«.
Pues este era el caballero que subido en su caballo encabritado -el caballo- me miraba por encima del hombro en una sala del museo neoyorquino. «¡Cielos! -pensé- está aquí!». Yo «habría jurado» que había visto aquel cuadro cientos de veces en libros de texto y en láminas y nunca pensé que estuviera en Nueva York. Son tantos los retazos de la cultura española y europea que pueden admirarse en el Metropolitan que asumí que así era y que aquel cuadro de Velázquez sería uno más de tantos trozos de cultura española diseminada por el mundo.
Si antes de viajar podemos disfrutar de la preparación del viaje, al regresar tenemos las fotos y los recuerdos para ordenar. A mi me gusta disfrutar también de esa parte y por eso aun estoy subiendo fotos a Flickr, casi cuatro meses después de volver del viaje y voy solo por el tercer o cuarto día de fotos. Cada una lleva un trabajo de recuerdo y también de documentación. Mientras busco información sobre un cuadro, un edificio o un paraje revivo las experiencias, disfruto de nuevo de su descubrimiento y aumento el placer obtenido con el conocimiento que queda fijado como nunca lo hizo en las aulas.
Cuando le llegó el turno de subir a Flickr a las fotos del Met elegí la del Conde-Duque y al buscar información para documentarla me llevé una soberana sorpresa: ¡el caballo era de otro color!. Efectivamente la confusión consistía en que no se trata del mismo cuadro, aunque realmente, son muy parecidos el que yo recordaba de los libros es el que está expuesto en el Prado, de unas dimensiones enormes.
El que yo vi en Nueva York es otro cuya historia podemos leer en la base de datos del propio Metropolitan en internet. Pintado también por Diego Rodríguez de Silva y Velázquez había sido atribuido erróneamente a Juan Bautista Martínez del Mazo, su yerno y socio. Este cuadro es aproximadamente la cuarta parte en superficie del que se expone en El Prado.
Yo, conde-duque de Olivares. El arte de lo imposible, escrito por Eduardo Chamorro… Colección memoria de la histórica/15. Editorial planeta 1989.
Escribe lo que le sucedio un 23 de enero: «Me fui…, en cuanto se hizo pública la lista de honores concedida a mi gente. Me bajaron en una silla hasta un coche que no era el mío, con las cortinas echadas. Así me fui. Cuando mi propio coche abandonó Palacio, por la puerta principal, el pueblo lo asaltó. El hombre al que tantas veces retratasteis poderoso, rebosante de energía, lleno de ideas, ahíto de decisiones, se encaminó hacia un fin doblado como un alambre, amarillo como una vela, viejo como la noche, despreciado como la ceniza.
El retrato que hace Marañón es muy interesante, a mi modo de ver muy humano, con sus defectos, tambien con sus virtudes y sobre todo sus cambios de humor y sus arrebatos. También con el final, próximo a la locura.
Es curioso en el retrato que está hecho en una pose reservada en aquella época a los reyes. Una idea del tamaño del ego del personaje.
Quizás uno de sus grandes errores fué el de tomar las leyes de castilla como modelo a la hora de unificar las de toda España lo que sin duda creó malestares que aun duran.
Pero desde el punto de vista histórico es sin duda una figura interesante y singular.