El vuelo de vuelta desde Calgari (Cerdeña) a Girona del sábado once de abril fue un auténtico desastre. Por suerte, sin víctimas, salvo la profesionalidad y prestigio que pudiera tener la tripulación de cabina que murió ante nuestros ojos en medio de una agonía angustiosa.
Como es costumbre últimamente en esta compañía, tres filas al principio del avión (2,3 y 4) no podían ser ocupadas. Sin embargo un grupo de pasajeros que embarcaron los últimos por la puerta de atrás llegaron hasta ellas sin haber encontrado un lugar donde dejar sus maletas ni donde sentarse a su acomodo (querían ir juntos y, evidentemente, eso no era posible en los asientos que quedaban).
Por el procedimiento de quedarse de pie junto a las filas vacías y protestar (eso si, sin gritar) consiguieron que una sobrecargo evidentemente enferma -tenía claros síntomas de gripe o costipado- y una TCP pusilánime les dejasen, primero acomodar sus maletas en los asientos (en un vuelo pasado a mi me obligaron a bajar mi equipaje de mano a la bodega sin resguardo…) y después acomodarse ellos. ¡Eso si que es prioridad de embarque sin pagar un duro!.
Durante el vuelo se sucedieron los gritos y el escándalo de un grupo que viajaba al final de la cabina y la tripulación desarrolló su tarea con visible nerviosismo, incompetencia y grosería, como cuando la TCP pusilánime le dio a mi mujer que debía poner su chaqueta (con la que se estaba tapando las piernas) debajo del asiento de enfrente y cuando lo hizo la empujó con el pié para ¿encajarla? en ese sitio. Mercedes se indignó, ya que en las filas de los «protestantes» la gente llevaba las chaquetas sobre el asiento de delante, así que ella recuperó la suya e hizo lo mismo. Durante el viaje, cada TCP que pasó por mi lado embistió con su pierna o su trasero mi brazo, que tenia puesto de forma lo más modoso posible sobre el apoyabrazos para intentar sostener la revista que leía.
Cuando llegábamos a Girona se mascaba la tragedia, porque sobre Figueres aún estaban vendiendo cupones y luego pasaron las tarjetas de teléfono (o viceversa).
Una de las TCP iba por la fila cinco ordenando abrocharse los cinturones, subir las mesas y apagar los MP3 cuando la sobrecargo pasó a la carrera, la cogió del brazo y le dijo: «déjalo, siéntate» tirando de ella y lanzándose casi en plancha sobre sus asientos: ya habíamos sobrepasado la cabecera de pista de GRO y a duras penas consiguió apagar las luces antes de tocar la pista.
Al rodar por la pista el «gallinero» empezó a levantarse de sus asientos mientras la sobrecargo berreaba con sus últimos espasmos de voz por el micrófono que se sentasen hasta que el avión se hubiera detenido.
Mientras desembarcábamos, el avión parecía haber soportado una dura batalla: las preciosas revistas de Ryanair, con sus ofertas de ganancias millonarias en Loterias y productos «mas baratos que en su tienda» estaban tiradas por el suelo y la tripulación de cabina estaba descompuesta y desorientada. Al fondo, los del jaleo seguían berreando.