Dibujar y el Caribe, me relajan

Dibujar me relaja, me inspira y me ayuda a visualizar las ideas. Si estoy alegre, me salen chistes. Si estoy triste o disgustado me salen monstruos, si estoy ordenando ideas me salen organigramas o imágenes del proyecto que estoy madurando.
El dibujo pocas veces iguala a la imagen que tengo en la mente, aunque esta claro que eso es algo que solo sé yo. Da igual, seguramente no aplicaré nunca el esfuerzo necesario para convertirme en un artista con gran técnica, pero es que con mis dibujos no espero figurar algún día en el Prado sino, simplemente, disfrutar. Casi siempre lo consigo.
El otro día estábamos buscando una oferta para ir de vacaciones al Caribe y creíamos haberla encontrado a un precio estupendo en el mismo complejo Hotelero en el que tan bien estuvimos en 2008. Ya me las prometía muy felices pasando una semanita de relajación, lectura, playa…incluso tenía un pequeño proyecto de excursión a Saint Maarten, una isla con una playa en la cabecera de una pista donde los aviones de linea dan unas pasadas impresionantes. La Meca de cualquier spotter. Y mientras me regodeaba con la idea, el dibujo que me salió fue este.

Caribe?

Más tarde nos dijeron que era imposible, que no quedaban plazas en el avión. Tras una infructuosa búsqueda por Internet nos fuimos convenciendo de que tendríamos que renunciar a nuestras vacaciones idílicas a precio económico en el Caribe. Aunque por supuesto tenemos planes alternativos de vacaciones, la frustración que me invadía me hizo modificar el dibujo. Me sentía como si me hubiera caído en la cabeza uno de esos enormes cocos que tanto abundan en Playa Bávaro. Y este fue el resultado. El mismo personaje (si, creo que puedo decirlo para los futuros estudiosos de mi obra, este dibujo es una estampa onírica autobiográfica, …), y casi la misma paleta de colores. Me pareció justo pintar al protagonista algo menos moreno.

Caribe?

Por si fuera poco, mientras estaba dibujando, después de hora y media sin guardar el trabajo -no hagáis nunca eso- el ordenador se apagó sin previo aviso. Los muertos de Bill Gates se debieron remover en sus tumbas a cuenta de mis juramentos. Me quedé abatido y ni siquiera volví a arrancar el ordenador, seguro de haber perdido mi trabajo. Sin embargo, al día siguiente al hacerlo conectado a la corriente me di cuenta de que el ordenador simplemente se había apagado al agotarse la batería y mi trabajo estaba a salvo en el mismo punto en que lo dejé. Y la vida volvió a sonreírme. He acabado el dibujo y me he puesto a escribir esto para compartirlo con vosotros.

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La Medalla Negra

Medalla NegraSe trata, sin duda alguna, de una de las leyendas más extendidas entre la tropa de reemplazo. Según la misma un determinado oficial o suboficial estaba relegado en la profesión porque poseía una “medalla negra”. Este tipo de distinción consistiría en una medalla como las que todos los militares lucen sobre el pecho, pero con dos características principales: una su color, que como su nombre indica es negro y la otra que en lugar de sobre el bolsillo izquierdo, a la vista de todo el mundo, las medallas negras se llevarían en el mismo sitio pero por la parte interior de la guerrera, prendidas en el forro y ocultas de la curiosidad pública, para vergüenza y contrición de su poseedor.
En la mentalidad de aquellos soldados de reemplazo la cuestión no dejaba de tener su lógica. Si por actos meritorios los militares recibían honores y distinciones que exhibían orgullosos sobre el pecho, aquellos que realizasen actos vergonzosos o reprobables debían ser sancionados, precisamente en la forma completamente opuesta, viéndose privados de ostentar las medallas que lucían hasta los más poco espabilados e incluso cargando con el oprobio de una distinción negativa.
¿Dónde quedaba entonces la aplicación del Código de Justicia Militar?. Al respecto hay que hacer varias consideraciones. La primera es que el “imperio de la Ley” y el concepto de “Estado de Derecho” solo han entrado a formar parte de la cultura popular de nuestro país en fecha reciente y aun así habría mucho que discutir sobre la exactitud con la que, aún hoy, el pueblo asume y entiende estos conceptos. Pero al caso que nos ocupa baste decir que se aceptaba sin reparos la existencia de un interregno entre la aplicación de la Ley y la pura impunidad muy frecuente en cualquiera de los ámbitos cerrados de la sociedad -uno de los cuales eran sin duda los Ejércitos- en los cuales o “los trapos sucios se lavaban en casa” o se aplicaban normas jurídicas incompatibles con el concepto de justicia actual, como los Tribunales de Honor en los que los propios compañeros del miembro díscolo de la comunidad decidían su castigo de una forma más o menos discreta, para no perjudicar a la fama del colectivo o enjuiciaban conductas no delictivas pero vergonzantes para el colectivo como el hecho de ser cornudo consentido, ladrón de fondos dudosos, jugador moroso, galante con las esposas de compañeros o superiores o pródigo en confianzas con los inferiores aun no siendo subordinados.
Se vivía sumido en esta cultura de hipocresía, donde los vicios eran admitidos siempre que no fueran públicos, lo que hoy consideramos abusos formaban parte del ejercicio de cualquier puesto de autoridad como prebendas institucionalizadas -pero no reguladas, salvo de forma tácita- del que ejercía el mando y existía una pléyade de compensaciones, favores, recomendaciones, castigos o represalias que cabía esperar del favor, la amistad o el humor arbitrario de quien ejercía cualquier parcela de poder.
La existencia pues de un castigo misterioso y vergonzante de uno de los miembros de la clase poderosa, aun cuando fuera de sus escalones más bajos, un suboficial o un oficial, no resultaba pues inconcebible para aquellos muchachos que cumplían su servicio militar sin llegar a entender las complejas reglas que regían el mundo castrense, para ellos tan absurdas y ajenas a su experiencia en la vida civil.
A pesar de la discreción con la que hipotéticamente se distribuían las medallas negras, su existencia se hacía evidente para la tropa por una serie de indicios inconfundibles.
El primero era la ausencia completa de condecoraciones meritorias en el uniforme del estigmatizado. Otros detalles eran el hecho de que el supuesto portador de la medalla negra era normalmente más mayor que el resto de los de su empleo, indicio de haber sido relegado para el ascenso y su ánimo era siempre ceniciento y malhumorado, rayano en la crueldad en los castigos e inmisericorde a cualquier causa atenuante que se pudiera alegar. Era, en definitiva, un amargado que arrastraba la vergüenza y el rechazo de los de su clase y sublimaba sus frustraciones fustigando a los desgraciados que tenía bajo su mando.
Aunque resulta obvio decir que tal distinción vergonzante no ha existido nunca, hay que admitir que entre los arquetipos de la milicia sí que nos resulta fácil recordar a alguno de los que fácilmente habrían podido ser objeto de esta historia legendaria. Como profesionales sabemos bien que si un profesional con el número adecuado de años de servicio no posee medallas y condecoraciones es bien seguro que no solo ha hecho pocos méritos para merecerlas sino que probablemente ha acumulado razones para que sus jefes desistieran de proponerlos a tales honores. Profesionales escasamente formados, víctimas de vicios difícilmente reprobables por la vía jurídica o disciplinaria quizás porque se han mantenido en el ámbito de lo privado, mayores o avejentados, frustrados, resentidos e irritables, nos gustaría pensar que son producto de otra época, pero lo cierto es que la naturaleza humana es lo suficientemente compleja como para que salvo la improbable circunstancia de que consiguiéramos una organización perfecta, dichos tipos sigan existiendo en mayor o menor medida.
La mejor solución no sería imponerles una medalla negra, sino encontrar la forma de motivarlos, formarlos e ilusionarlos para que nos veamos obligados a proponerles para los méritos y condecoraciones que todo militar desea y el reconocimiento que todo ser humano anhela.

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La Linterna Mágica

Por la tarde de 26, cansados de patear Praga y su castillo, decidimos realizar una actividad algo más relajada.
El teatro de la Linterna Mágica, en realidad el «Nová scéna Národního divadla» se aloja en lo que alguien ha definido como el edificio más feo de Praga, que parece estar recubierto de cristal. Yo opino que ese título está muy discutido como para atribuirlo así a la ligera. Sin embargo también es una cuestión de gustos pues hay quien no aprecia la belleza del ‘edificio que baila’, otro de los ejemplos singulares de arquitectura moderna en la ciudad.

Nova scena Narodniho divadla

La compañía se estrenó en la EXPO 1958 en Bruselas con mucho éxito. Al llegar al teatro encontramos que estaba a punto de empezar una función de una obra llamada «Graffiti». El precio de las entradas nos pareció asequible, y el programa prometía una mezcla de danza moderna y efectos multimedia y la calificaba como la ‘primera obra multimedia’. Aunque como espectáculo de danza moderna no estaba mal, las expectativas creadas no fueron satisfechas.

El primer número era simplemente ballet moderno con iluminación estrambótica sin que esta aportase nada al mensaje transmitido por la danza ni se uniese a la misma en ritmo o armonía. De todos los números del espectáculo apenas uno o dos intentaban una mezcla del mundo virtual sugerido a través de la proyección de gráficos y vídeos con lo que los bailarines interpretaban en el escenario.
Cuando en uno de los números la escena empieza haciendo coincidir a la bailarina protagonista con una imagen de si misma y ambas se separan para iniciar el baile en los planos real y virtual pensé que el numero se remataría con un final que haría de nuevo coincidir ambas figuras en un alarde de coordinación que no se produjo.

Los efectos proyectados constituían a veces una iluminación estrambótica y bastante molesta para el disfrute del espectáculo, otras veces se usaban como una especie de decorado virtual que tenía de color el escenario y solo en algún baile transmitía un mensaje como el de una barrera de luz entre los bailarines en una escena que representaba su separación y en algún momento se puede entender que se quiere representar el mundo onírico contrapuesto al mundo real.

En general aunque la idea es buena no creo que se exprima en todas su posibilidades y aun diría que se desaprovecha en gran medida y se pone en escena de forma torpe y pretenciosa.

Los espectáculos de la Linterna Mágica suelen hacer giras por Europa, así que cuando venga a España quien quiera verlo tendrá ocasión de opinar y me gustaría saber si su opinión coincide con la mía que naturalmente no pretende sentar cátedra ya que no soy un experto en danza moderna, solo está basada en mi impresión personal como espectador. Tampoco creo necesitar más titulación para saber lo que me gusta y lo que no.

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El fútbol me hace vomitar

Desde siempre he tenido aversión por los tópicos. A mi modo de ver representan una suplantación del propio criterio. Quien se aviene a reutilizar una y otra vez las ideas de la masa como propias desiste de crear las suyas propias, renuncia a su criterio y por tanto a su racionalidad y personalidad. Es el espíritu del rebaño.
Y esta es desgraciadamente la actitud que se promueve desde todas las instancias del poder: La tarima del maestro, el escaño del político o el púlpito del clero son origen de invitaciones a sumarse al viaje de Vicente, que siempre va donde va la gente. Esto se predica desde el poder, precisamente porque facilita el ejercicio del poder.
Contra esta política de ‘Pan y Circo’ nos advertía un excelente profesor de geografía que tuve a los doce años y que con el paso del tiempo me he dado cuenta de que debía ser «un poco rojo» para los parámetros de la época. Nos decía que resultaba vergonzoso que España fuera un paria en el el concierto internacional y que sin embargo se cifrara salvado el honor nacional con el simple trámite de ganar un partido de fútbol. Que el fútbol era un sucedáneo para consumo popular del prestigio, los méritos y la gloria a la que debíamos aspirar en el concierto de las naciones.

El fútbol

Cuando los sábados por la noche las galas de la televisión única ofrecían el microespacio «vamos a españolear» a mi me indignaba que siempre fuera copado por números de castañuelas, bata de cola y guitarra. No recuerdo concesiones ni tan solo a la gaita asturiana como muestra de respeto a Don Pelayo.
Durante muchos años he tenido que aguantar las tonterías de los que identificaban sus intereses con los de Catalunya, sus opiniones con el ideario nacional y los fondos públicos con sus ahorros personales arrogándose el derecho exclusivo al uso de catalanómetro, útil dispositivo que les permite dictaminar quien es más y quien es menos catalán en función de la cantidad de ruedas de molino del sectarismo nacional-delirante con las que está dispuesto a comulgar.
En mi vida profesional, tan estrictamente regulada por severas normas y donde aparentemente se rinde culto a la puntualidad, la precisión y donde ajustarse a lo programado es una necesidad irrenunciable, he visto alterarse los horarios por un partido de fútbol más o menos notable. ¡Cuanta virtud traicionada!.
Aunque no soy asiduo del ejercicio físico, encuentro entretenido algún deporte -ahora recuerdo el rugby y alguno más debe de haber…- pero solo soy capaz de constituirme en espectador si el lance del juego es realmente interesante. Es posible que pudiera soportar un partido de fútbol -he asistido a liturgias laicas y sacras más agotadoras- pero la parafernalia que rodea al evento, la sensación, no ya de seguir al rebaño, sino de oír los gritos del pastor llamando al corral, las tonterías de calibre supino que todo famosillo o famosete se cree con licencia para verter en cualquier medio, el desatino de ver convertidas en noticias perennes unas trompetillas o un oráculo, el bombardeo continuo de las consignas y la sorpresa de descubrir -quizás por mor de la memoria histórica y el cambio de lado de la tortilla- que «la nacional» es «la roja», me sobrepasa.
La indignación y la rebeldía se me acumulan, me resulta difícil -lo consigo con dificultad- coordinar ideas con movimientos y las náuseas acuden por oleadas. El fútbol me hace vomitar.

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El castillo de Kafka

El sábado 26 pensamos que teníamos información suficiente con nuestro viaje en el tranvía 22 durante el partido la tarde anterior como para acometer la visita del castillo de Praga. El día nos demostraría cuan equivocados estábamos.
Tomamos el tranvía que después de una importante subida, sigue paralelo al barrio del castillo. Nos bajamos a la altura de este -primer error- para atravesando la avenida y la entrada de los jardines entrar por el lateral, justo al patio donde se despachan los billetes.
El precio de los billetes no es barato pero es que además te chantajean para que tomes la audio-guía prometiéndote que evitarás la cola de ¡una hora! Para entrar en la iglesia. Para este trapicheo bastaba con alquilar una guía para cada dos. A 400 coronas (20 € aproximadamente) la guía y 250 coronas 6 € la entrada sencilla por persona.

Atardecer

Además de estar realmente abarrotado de gente uno de los principales defectos de todo el conjunto monumental es la falta de sitios donde sentarse. Visitamos el edificio principal donde estaban las salas de reuniones y habitaciones y dependencias que se usaron para oficinas del gobierno, la catedral de San Vito y la torre de la Pólvora.
La calle de oro, un callejón del barrio del castillo en el que vivió Franz Kafka no era visitable por encontrarse en obras. Lo cierto es que no me sorprendió saber que el insigne autor había vivido en aquel castillo ya que el espíritu que se respira me recordaba precisamente su obra “El Castillo” en la que también hay un castillo en el que viven y trabajan los burócratas y los poderosos que gobiernan un pueblo. No me cabe duda de que la situación e historia del Castillo de Praga tuvo que inspirar las tribulaciones del agrimensor K que en la magna obra inacabada intenta en vano acceder a los funcionarios para obtener una justificación de su viaje.
El Museo en la misma no estaba incluido en nuestro pase, y tampoco la pinacoteca. Casi debería decir que por suerte, pues cuando acabé lo que podíamos visitar estaba deshecho otra vez y aun faltaba lo peor del día.
Salimos por donde habíamos entrado (segundo error) para visitar los jardines solo tangencialmente hasta la parada de tranvía anterior a la que nos habíamos bajado del mismo. En el tranvía descendimos hasta la plaza Malostranska. La idea era comer por allí y luego visitar el Puente de Carlos. “Por allí” resulto ser calle arriba hacia el infierno con un sol de justicia en busca de un restaurante recomendado por el Trotamundos. Lo encontramos y comimos muy bien. Una vez allí pensamos en ir a ver la Iglesia de Loreto, a “solo” unos 500 m. No sé si la medición era correcta pero a mi me parecieron los 500 metros cuesta arriba más largos de mi vida. Al llegar constatamos varias cosas: La primera que estábamos más altos que el castillo, por lo que descubrimos nuestro primer error, ya que deberíamos haber llegado hasta allí en tranvía, y tomar aquel como punto de partida de la visita. La segunda que la iglesia estaba cerrada y nos quedamos con un palmo de narices delante de la misma, aunque desgraciadamente no sería la única vez.
Bajamos de nuevo hacia el castillo y de nuevo al tranvía hacia la ciudad. El cansancio, el calor y la fustración hizo estragos en nuestro ánimo y cuando llegamos a la ciudad andábamos un poco susceptibles e irritables sin ánimo para hacer nada ni ganas de hacerlo. Pasado el puente nos sentamos para tomar un refresco y luego relajamos tensiones haciendo unas compras.

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Una panorámica con GIMP

Me gusta hacer imágenes panorámicas. Son esas imágenes hechas desde un mismo punto, girando la cámara con cuidado que tienen partes coincidentes y que luego se montan como un mosaico para formar una sola imagen.
En Windows uso Autostitch, un programa gratuito (en realidad es la demo de unas librerias) automático pero precisamente por eso algo limitado. He usado otros programas que venían con las cámaras digitales que hemos ido comprando, pero ahora en Linux suelo montarlas con un programa libre llamado Hugin.
Sin embargo algunas veces, por errores al tomar las fotografías al programa le resulta difícil encajarlas. Este es el caso de una fotografía que hice la semana pasada en Praga mientras tomábamos unas cervezas.
Así que he decidido montarla con GIMP.
No he sido previsor y no he hecho un ‘paso a paso‘, lo siento. Básicamente la cosa ha ido así:

  1. Primero he buscado un sitio por donde ‘cortar’ la fotografía. He decidido hacerlo por el poste de la sombrilla entre las dos mujeres (Mercedes, mi esposa, en el centro y nuestra amiga y vecina a la derecha).
  2. Luego he creado una imagen lo suficientemente grande añadiendo lienzo a la imagen de la izquierda y la he guardado con otro nombre.
  3. En ella he añadido una capa nueva transparente.
  4. Después de recortar la imagen de la derecha la he pegado en la capa nueva de la imagen ampliada de la izquierda.
  5. He redimensionado esta capa para que el borde de la mesa y la longitud del mástil coincidieran en ambas imágenes.
  6. La he rotado para que el poste estuviera paralelo en ambas y la he desplazado hasta su sitio.
  7. He recortado el trozo de mesa de la imagen derecha que no me servía y he seleccionado la parte transparente, ampliándola luego en tres pixels para difuminar los bordes con el filtro ‘Desenfoque Gaussiano’, ya que los bordes muy duros delatan la zona de corte.
  8. En la mesa había bastantes cosas que no me coincidían así que he seleccionado la zona donde se encontraban y he pintado el mantel clonando otra zona del mismo mantel
  9. El servilletero y la aceitera quedaban recortados, he tomado la parte que me faltaba de la imagen original y la he pegado en el lugar correcto difuminando también los bordes.
  10. Por último he aplanado las capas uniéndolas en una sola y he recortado los bordes para eliminar las zonas que quedaban transparentes.

Y aqui podeis ver el resultado, comparado con los dos originales.

Resultado

No ha quedado perfecta pero hay que fijarse un poco para encontrar los fallos. Por ejemplo, el arco duplicado a izquierda y derecha del poste.
Espero que este pequeño experimento os resulte interesante y os animéis a probar, o al menos a usar GIMP, un programa de gran calidad que es software libre, gratuito y está disponible para Windows y Linux.

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Primer día en Praga

Praga 25/06/2010

El Hotel Rafaello solo tiene 36 habitaciones. Las nuestras están amuebladas de forma sencilla pero elegante con muebles nuevos.
Sin embargo la ausencia de aire acondicionado y las temperaturas exteriores hace que las habitaciones sean calurosas.
Una doble ventana aisla perfectamente la habitación del intenso ruido de la calle y hace que sea muy incómodo abrirlas para refrescar la habitación. Por tanto y en palabras de Miguel Ángel, la habitación puede ser fresca y tranquila, pero no las dos cosas al mismo tiempo.
El cuarto de baño pasa de sencillo a espartano. Limpio como una patena, se ve bastante bien tratado (el hotel fue reformado hace unos pocos años) pero se echa de menos cosas tan elementales como una mampara en el baño o algún tipo de asidero en el mismo para no jugarse la vida al subirse y bajarse de la bañera cuyo fondo está situado al menos un palmo por encima del nivel del suelo.
Aunque se esfuerzan por hablar español, pronto se advierte que el vocabulario castellano del personal del hotel es bastante reducido. Por suerte podemos entendernos casi a la perfección en inglés. El personal del hotel es muy amable y atento.
Al bajar a desayunar nos encontramos con un bufete sin muchos alardes. El horrible café aguachirri estilo americano y los insípidos zumos son probablemente lo peor del mismo solo si ponemos en la categoría de lo inaudito la ausencia de tostadora. Sin ningún tipo de elemento destacable en otros aspectos, hemos desayunado bien, pero de forma austera para la categoría que se supone tiene el hotel.

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Al iniciar la visita a la ciudad nos hemos enterado de como se usa el transporte. Unos bonos diarios dan derecho a subirse a metros y tranvías. Los autobuses son prácticamente inexistentes. Compramos el billete diario en el kiosco de la propia estación de metro y se chequean en unos aparatos que hay en los accesos,pero solo para validar la hora y empezar a contar las 24 horas de duración.
En los andenes es relativamente frecuente encontrar vigilantes de seguridad qe piden el billete a los pasajeros al tiempo que les enseñan una especie de placa que llevan en la mano.

Aparecimos después de dos estaciones de metro en el centro de la ciudad vieja y alli hemos realizado una visita auténticamente maratoniana que nos ha llevado por las calles llenas de edificios impresionantes a la plaza del Ayuntamiento, la plaza Staromestska donde se encuentra el famoso reloj que es uno de los iconos de Praga.

Después de ver al reloj dar las doce, que es un auténtico espectáculo, buscamos una cervecería donde tomarnos un pequeño descanso y una cerveza. La cerveza checa por antonomasia es la Pilsen, pero a mi no me gusta así que me pasé el viaje probando cervezas negras y tengo que decir que las probé muy buenas.

Tomamos una comida memorable en un lugar llamado Skorepka, situado en la calle del mismo nombre, que Mercedes ha detallado en su blog y yo no repetiré aquí y por la tarde nos dimos otro palizón paseando por el barrio judio, pero sin poder visitar las sinagogas que estaban cerradas.

Por la Tarde jugaba España en el mundial de fútbol y Miguel Angel buscó una cervecería con televisión para ver el partido. Allí se quedaron viéndolo, mientras Mercedes y yo nos fuimos a dar una vuelta en tranvía y cogimos el 22, que es el que sube desde la ciudad hasta el castillo, siguiéndolo hasta el final de la linea. A nuestro regreso el partido estaba acabando. Nos pedimos allí mismo la cena y nos pusieron unas costillas de cerdo a la brasa que estaban deliciosas.

Llegamos al hotel reventados y caímos en la cama para dormir como troncos.

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Retraso en El Prat

Hoy hemos dedicado el día a ir a Praga. En contra de nuestra voluntad, pero no hemos hecho otra cosa desde que nos hemos levantado hasta que poco después de la media noche hemos aterrizado en el aeropuerto de Praga. Segun nos han dicho debemos agradecer esta dedicación a la huelga de los controladores franceses. Espero que no consigan ni una sola de sus reivindicaciones y además pongan en la calle a unos cuantos de esos que consideran que pueden secuestrar mis vacaciones para su uso particular, como si solo su trabajo y su vida fuera importante.
A pesar del agotamiento, alguna cosa positiva si que ha habido. En Barcelona hemos comido en el Mussol, un restaurante próximo a la plaza de Maria Cristina. Ha sido un momento de gran relax y alegría, la comida estaba buena, el servicio era amable y el precio aceptable. No se le puede pedir más a un restaurante.

escribiendo

En el Aeropuerto, cuando nos han comunicado el primer retraso, me he puesto a escribir mi artículo. Una empleada de la compañía Flight Care nos ha localizado para repartir vales de bocadillos y refrescos. Todo un detalle. Naturalmente había gente que se quejaba. Ellos sabrían porqué o para qué, los controladores franceses no les iban a oír.
He procurado pasar el tiempo haciendo fotos a través de los churretosos cristales. No serán joyas de la fotografía pero me han mantenido entretenido.
Ha habido otro retraso y al final hemos salido cerca de las 21:30. El cansancio se ha notado mucho durante el vuelo que para mi ha sido francamente incómodo, encajonado junto a la ventana, acalorado, cansado y dolorido no podía dormirme y no encontraba la postura cuando estaba despierto.
Al llegar al Aeropuerto de Praga hemos tenido la sorpresa de que a la maleta de Mercedes le habían dado un golpe que se había hundido un costado. Por suerte la fibra de carbono ha resistido y en el hotel el abollado ha vuelto a su sitio.
Nuestras maletas han salido las primeras y hemos podido coger el último taxi de la parada. 600 coronas después, estábamos en el Hotel, donde nos hemos registrado sin más contratiempos.
Hace calor, pero al abrir las ventanas se cuelan un montón de ruidos de la calle, a pesar de que ya son las dos y media y que estamos en una cuarta planta. No he podido configurar la wifi que aseguran hay en la habitación, y estoy cansado. Me voy a dormir. O a intentarlo.

Praga 24/06/2010

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