Eso me lo da usted por escrito

Saludo militarEn la administración española, el documento escrito tiene una importancia predominante. Quizás se trata de un sesgo cultural, que nos impulsa a pensar que «las palabras se las lleva el viento» y que la tendencia obvia de la naturaleza humana es la mentira, o más bien que nadie está obligado a decir la verdad si le perjudica…Es decir, que se aprecia poco la verdad, como asunto de tontos y se glorifica la mentira como el arte de los listos pícaros.
El documento escrito con firma, sello, rubrica y hasta visto bueno, no deja lugar a dudas de lo que se afirma y constituye prueba fidedigna en cualquier procedimiento. La falsificación de documento público está tipificada como delito, para sorpresa de algunos pícaros ignorantes que pensaron que falsear una receta o modificar una fecha en un parte de baja era solo algo así como una pillería escolar.
En el ámbito militar hay una costumbre que yo abomino, consistente en pedir «por escrito» las ordenes o comunicaciones recibidas. Por suerte no es muy frecuente en mi ejército y la he oído en ocasiones en forma de velada amenaza. El que la profiere quiere decir que con las ordenes recibidas por escrito va a sustanciar un procedimiento en el que demostrará la injusticia o ilegalidad de las mismas, así que de facto está «amenazando» al que postula las órdenes con que estas serán recurridas por vía judicial o administrativa.
Esta actitud encierra un doble agravio. Por una parte se cuestiona el derecho, la justicia o la razón del que manda. A mi modo de ver debería haber otras formas de resolver dudas sobre la pertinencia de las acciones a emprender en cualquier asunto y aunque a los profanos les parece algo extraño, en la vida militar las personas siguen las mismas pautas de comportamiento que en otros ámbitos y dialogan, se comunican y contrastan pareceres con su equipo. El estereotipo del ordeno y mano es tan válido para la vida militar como para la civil, quienes lo utilizan están abocados al fracaso o simplemente ocultan su incompetencia bajo un manto de autoritarismo. El militar sabe que expuestas sus razones, nada le exime de cumplir las órdenes recibidas, salvo un imperativo legal, que a su vez conlleva la asunción de la responsabilidad por la acción u omisión. Yo diría que aquellas órdenes con las que no está de acuerdo las cumplirá con mayor celo, para demostrar que su disciplina y adhesión al mando son mayores que sus reservas u opiniones.
En este contexto, el segundo agravio que implica pedir la orden por escrito es la afirmación implícita que ante un posterior análisis de los hechos, el que ha dado la orden no mantendrá una versión fiel a la verdad, es decir no mantendrá su palabra o eludirá su responsabilidad.
Los militares somos, por regla general, pobres. Clase media, se dice ahora. El honor es el patrimonio de los pobres y faltar a la palabra dada, eludir la responsabilidad de los propios actos y obligaciones o no mantener la opinión, basada en un criterio honradamente fundamentado, son las formas más efectivas de dilapidar este tesoro. La evidencia de mentira debería ser una vergüenza tan insoportable para la propia conciencia, que su mera posibilidad nos impulsase siempre a buscar y decir la verdad.
Para el militar al mando, su prestigio es la única garantía de que, en los momentos críticos, aquellos que dependan de él confiarán lo suficiente como para arriesgar o incluso perder la vida por cumplir estrictamente sus órdenes. Cuestionar su honradez o su criterio supone una vulnerabilidad que no solo corroe el prestigio del mando sino que puede poner en peligro el cumplimiento de las misiones asignadas y llegado el caso, la propia supervivencia del equipo.
«Eso me lo da usted por escrito» es por tanto una frase que de forma implícita afirma la desconfianza del subordinado acerca de la competencia y honradez del mando.
No obstante, siempre he manifestado a mis subordinados su derecho a pedir por escrito cuantas órdenes les he dado de forma verbal, manifestando de esta forma mi disposición a mantener mi palabra en cualquier circunstancia y esperando que esta actitud reforzase su confianza. Cuantas veces han hecho uso de este ofrecimiento he dado satisfacción a la demanda y jamás he guardado rencor o tomado la más mínima represalia por ello, considerándola producto de un desconocimiento mutuo que había que subsanar. Estas circunstancias han sido extrañas y jamás se han repetido.
Cuando algún superior me ha preguntado si las órdenes que me daba las necesitaba por escrito, mi respuesta ha sido siempre la misma: que no, que la palabra de mi jefe me bastaba. También es cierto que quienes alguna vez me han hecho es pregunta, además de mis jefes, eran auténticos caballeros de los que he aprendido mucho, que me han hecho sentir orgulloso y privilegiado por formar parte de su equipo.
Esta bien documentar los procesos de toma de decisiones, de forma que no fiemos a la memoria el posterior análisis de lo actuado a fin de aprender y mejorar. Es comprensible que en el proceso de entrenamiento y mutuo conocimiento, alguien pueda albergar dudas sobre la capacidad o virtud de sus compañeros de viaje. Pero en un equipo cohesionado que debe afrontar una misión real no cabe la desconfianza. Yo no haría nada importante con gente en la que no confío. Como se dice vulgarmente, yo no iría «ni a la vuelta de la esquina«, no solo con aquellos en los que no confío sino -tanto o más importante- con los que no confían en mi.
Por eso para el mando es primordial cultivar su prestigio, practicando la verdad, intentando ejercer la justicia, manteniendo siempre la palabra y afrontando las responsabilidades propias. Esta norma de conducta será más valiosa en una situación crítica que cualquier bastón de mando, divisas, galones, o reglamentos. Los borregos pueden seguir a un carnero, pero las personas valiosas siguen solo a aquellos en los que confían.

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Mayo en Instagram

Atardecer Muslo de Pavo Roses Fomentando el aerotrastorno
Avant 32 Salon Internacional del Cómic Barcelona El verano se acerca Moncloa CGEA
Arco iris doble Un tuit en tu mano Orgullo Friki Extraño Wiki
Casa de payés

Instagram no me gusta. Sin embargo, voy haciendo fotos y las voy subiendo, porque, …¡es tan fácil!. Siempre llevas el teléfono encima, siempre puedes hacer en un momento la foto de esa imagen que ves y que te inspira, la crónica del suceso o el recuerdo del plato glorioso para enviar a los amigos, para publicar en las redes sociales.
Tendria que corregir para decir que instagram tiene muchas cosas que no me gustan y otras que son fenomenales. Mediante una regla de IFTTT cada foto que subo a Instagram pasa de forma automática a Flickr, que si me gusta, porque me permite más libertad en el uso de mis propias fotos.
Es probable que en los próximos meses también vaya publicando aquí el resumen de las fotos publicadas en Instagram en el mes que acaba. Por ahora esta breve crónica de mayo, con 13 fotos.

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La tertulia

Hace ya un par de años, por iniciativa de mi amigo Juan Jesús Aznar tomamos la costumbre de reunirnos una vez al mes un grupo de personas para tomar parte en una tertulia. En principio, nuestro elemento común era contar con la amistad y el respeto de Juan Jesús, y en el círculo han estado incluidas un número mayor de personas de las que acudíamos con asiduidad. Algunos han hecho pequeñas incursiones otros han acudido esporádicamente y a otros, diversas obligaciones personales les han ido separando de esta agradable costumbre.

Tertulia

Mientras que en el primer año de vida de la tertulia nuestro lugar de reunión era la biblioteca del hotel del Golf de Perelada, este último año nos hemos reunido en una sala de la Residencia Militar de San Fernando, algo bastante chocante para la mayor parte del grupo que no habían tenido mucho contacto con el mundo militar. Sin embargo, la magnífica arquitectura de la fortaleza, las atenciones del personal que atiende la contrata de la cafetería y la amabilidad del coronel director, han hecho que estas tertulias hayan gozado de un ‘apoyo logístico’ inmejorable, a añadir a su interés intelectual.
Los habituales de la tertulia éramos de un conjunto personas con profesiones bastante diversas: recuerdo al menos dos artistas, dos letrados, un profesor, un periodista, dos funcionarios, un policía, un militar, un editor,… con unas aficiones y con una experiencia vital relacionadas con el mundo de la ciencia, el arte, la cultura, la administración, la milicia, la justicia… que hacía que cada una de las charlas fuera una auténtica fuente de conocimiento y de enriquecimiento.
Muy lejos de una aburrida coincidencia, las tertulias tienen el acicate de la discrepancia, una discrepancia que siempre ha sido argumentada, fundamentada y razonada. Sobre todo respetuosa y civilizada, lo que se ha convertido quizás, en el principal placer de estas reuniones mensuales. Cuando lo habitual es ver a los tertulianos de cualquier canal televisivo insultarse o dedicarse al autobombo o a proferir sartas de estupideces, hablar sin fundamento ni conocimiento, recibir mérito por cuestiones que cualquier persona razonable consideraría vergonzosas, ante este panorama, disfrutar de un reducto de discrepancia culta y civilizada es un placer para la mente y un bálsamo para la razón.
Hoy casi hablo en pasado porque para mí estas tertulias se van a convertir en un placer casi inaccesible, ya que en breve y por razones profesionales, me será casi imposible desplazarme para asistir a las mismas. No sé si encontraré allá donde esté otro grupo de contertulios que resulte suficientemente estimulante como para obtener mi asiduidad, pero sin duda alguna se que una parte importante de mi queda en deuda con los tertulianos de nuestra reunión «carbonaria» (tal y como la definió uno de ellos en un artículo de prensa) y al mismo tiempo se traduce en una amistad que estoy seguro perdurará a pesar de la distancia, sobre todo teniendo en cuenta que esa distancia será frecuentemente salvada y no ha de ser definitiva.
Nostalgia pues al cerrar este ciclo e ilusión ante las novedades que trae el futuro inmediato. En definitiva, cambios que implican el movimiento y el avance por el sendero de la vida.

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32 Salón del Comic

Entre los días 15 a 18 de mayo tuvo lugar en Barcelona el 32 Salón Internacional del Cómic. Aunque no me cabe duda de que a este tipo de eventos se disfruta más de la visita en día de diario, como otros tantos currantes agradecidos y quizás agraciados por serlo, no pude ir ni el jueves ni el viernes, así que me acerqué a Barcelona el viernes, lo que tuvo el interés añadido de que pude visitarlo con mi hijo, que estudia en la ciudad condal.

Cartel anunciador
No quería contar que las entradas no me parecieron baratas, pero si que me pareció indignante que además cobren un euro y medio por ‘gastos de gestión’, es decir por sacar las entradas por internet. Claro que hay cosas peores, como la pretensión del El Corte Inglés esa gran empresa que no sabe como funciona internet, de que me pasase por uno de sus centros a buscar las entradas que compraba por Internet. Si pudiera ir a uno de sus centros, ¿Para qué quiero comprar las entradas por internet?. Por suerte a través de la propia web de la organización había otra taquilla electrónica que , eso si, pagando los consabidos tres medios euros, te enviaba las entradas en PDF para una fácil impresión con tu tinta y tu impresora.
El sábado temprano tomé el AVE hasta Barcelona y en la estación me recogió Roberto para bajar andando hasta la Feria de Muestras, donde se celebraba el Salón.
La primera sorpresa, que en realidad fue un susto y casi se convierte en un drama, consistió en comprobar que la cola de los que acudían con entrada era aún más larga que la de los que esperaban comprarla en las taquillas. Creo que en aquel momento pensé que si lo llego a saber cuando compré las entradas, me quedo en casa. Tuvimos que bajar desde Plaza España por la avinguda del Paral·lel hasta el cruce con la calle de Lleida para encontrar el fin de la cola, dentro de la cual volvimos a subirlo hasta la puerta de acceso en Plaza España. Después de todo no fue tan dramático, solo fueron unos veinte minutos de cola y eso porque el acceso no estaba muy bien organizado.

Mujer Maravilla 32 Salon Internacional del Cómic Barcelona Friki

Una vez dentro empezamos a disfrutar de la visita. Rápidamente hicimos una pequeña clasificación personal de los expositores. Están por un lado las tiendas de coleccionismo friki. Máscaras, llaveros, vídeos, disfraces, figuras y todo tipo de parafernalia relacionada con el mundo de los personajes dibujados. Luego vienen los vendedores cómics, nuevos o usados, librerías o editoriales, básicamente venden cómics, tebeos o novelas gráficas, según el término que prefiramos usar. Hay ‘otros vendedores’ que se dedican a materiales, productos y servicios diversos, desde rotuladores o cursos de dibujo o bocadillos y fuentes de chocolate.
Y por último está lo que yo considero la parte más interesante y que es en realidad el motivo de mi visita: las exposiciones de originales. Realmente lo que más disfruto del salón del Cómic es poder observar de cerca los originales viñetas y páginas en diversas técnicas de grandes artistas, como Hernández Palacios al que en mis tiempos leía en ‘Trinca’; de conocidos superhéroes como Batman, o de autores noveles o consagrados más minoritarios. Esa exposición es una auténtica escuela de dibujo y observar las pinceladas, las correcciones, los bocetos y los encuadres de los autores de éxito (creo que al exponer en el salón ya pueden denominarse así) me produce una gran satisfacción. Realmente si fuera solo pasaría el doble de tiempo en el salón deteniéndome en cada dibujo y empapándome de tantas imágenes fabulosas.
El recurso de fotografiar para poder disfrutar de ellas rememorándolas en casa no es muy efectivo debido a que la iluminación de una muestra tan amplia siempre resulta complicada.
La otra parte de la última parte son las exposiciones de material y otros eventos relacionados con el tema del salón. Esn este caso el tema del salón era el cómic bélico y una serie de espacios de exposición estaban dedicados a Grupo de Reconstrucción Histórica (reenacting) con la presencia de un grupo sobre la Batalla del Ebro, los amigos de «La octava» y otros sobre la guerra de Vietnam. También había un grupo de los ‘Miquelets’ dedicado a la guerra de sucesión en el 300 aniversario de la toma de Barcelona por las tropas del pretendiente borbónico o los amigos de ADAR, la Asociación de Aviadores de la República. En fin en este apartado había algo sobre guerra, sobre todo desde el punto de vista histórico y poco de cómics, pero era bastante espectacular y entretenido.
El epílogo de lo que pudimos ver fueron los frikis que venían con sus disfraces de personajes de cómic, con la fe de auténticos ‘otakus’ japoneses, se veían un poco desplazados entre una multitud mediterránea que los miraba con asombro y curiosidad y a veces les hacía felices pidiéndoles hacerse una foto con ellos. Algunos disfraces eran realmente fascinantes, pero otros muchos eran realmente penosos y patéticos.

Rotuladores Mi compra
Niko Salon

Ya he dicho que la parte comercial no era la que me resultaba más atractiva, pero aún así me acerqué al puesto de Norma editorial para ver a que precio estaban los albunes que me interesaban, relacionados todos ellos con la aviación. Mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que incluso con el ‘descuento’ del Salón, me salían más caros o al mismo precio que en Amazon. De forma que en el apartado «consumismo» solo nos apuntamos la compra de unos rotuladores y una lámina de la «Ladrona de Carne» firmada por el mismisimo Niko, autor de la serie.
Ahora a esperar el salón del año que viene y a entretenerme dibujando.

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Escribir con bolígrafo

No me entretendré en precisiones técnicas o históricas sobre el bolígrafo que cualquier lector interesado puede encontrar por sí mismo en Wikipedia, pasaré directamente a un tema que frecuentemente el publico ignora o al que no se concede importancia pero que a mi me parece fundamental: las diferencias entre un «rollerball» y un «ballpoint».

Aunque nos asalte la tentación de inculpar a la Real Academia por negligencia y pereza, lo cierto que esta no puede sino seguir al uso y la práctica de los hablantes del idioma y quizás movidos por la tradicional apatía con la que miramos las cuestiones de la ciencia y la tecnología, los españoles nos hemos quedado con el nombré genérico de ‘bolígrafo’ para nombrar a todos los utensilios que distribuyen la tinta usando una bola giratoria como válvula de salida. Aunque ese es el principio genérico del funcionamiento de ambos utensilios, existen unas importantes diferencias y un gran salto tecnológico entre ambos.

El ballpoint es el bolígrafo tradicional. De tinta espesa y aceitosa cuesta más arrastrarlo por el papel y la intensidad del trazo puede ser de intensidad variable en función de la presión ejercida.

El rollerball responde a otra tecnología de mayor precisión en la construcción de las puntas y usa tintas al agua conocidas como ‘gel’ que fluyen con mayor facilidad creando un trazo de color más saturado mientras se desliza con facilidad sobre la superficie del papel. La necesidad de diferenciarlo del bolígrafo tradicional ha extendido el uso del barbarismo ‘rollerball‘ para nombrarlo.

Bolígrafos

En cuanto al diseño, mientras que muchos ballpoint (bolígrafos), especialmente los más lujosos tienen un mecanismo para escamotear la punta debajo de la carcasa cuando no se usan, prácticamente todos los rollerball tienen la punta fija y usan un capuchón como las plumas estilográficas para cubrirla cuando no se está usando.

En ambos casos se fabrican en diferentes anchos de punta que proporciona escrituras de diversos grosores, en ambos casos hay una amplia gama de precios y diseños, así como con tintas de diversos colores, aunque los ‘bolígrafos de gel’ de colores se caracterizan por la amplia gama e intensidad de los colores, que llegan a adoptar tonos metálicos o fosforescentes.

El trazo del rollerball puede a veces asimilarse al de una pluma de ancho fijo y cuando se usa para dibujar debe usarse la misma técnica que con la pluma, realizando rayas paralelas más o menos juntas para sombrear y variando levemente el grosor de la linea aunque no su intensidad en función de la presión sobre el papel.
El bolígrafo sin embargo puede usarse realizando escasa presión para depositar sobre el papel menos tinta y así formar áreas con rayados de diferentes intensidades o incluso degradados para realizar las sombras.

Pero donde realmente la superioridad tecnológica del rollerball arrasa al ballpoint o bolígrafo tradicional es en la escritura. Para mostrarlo de una forma práctica hice un pequeño experimento con los bolígrafos y rollerballs que tenía a mano, escribiendo sobre un papel un párrafo del famoso ‘Loren Ipsum’.
Loren ipsum El primer párrafo está escrito con un Bic cristal. Aunque hay que hacer una presión ‘tipo medio’ para escribir, la punta se desliza bien sobre el papel y el trazo queda bien definido y saturado. Creo que es la escritura de referencia: por debajo es malo, mejorarlo indica calidad.
La siguiente muestra es un rolleball económico pero de escritura muy agradable, punta fina, trazo definido y color saturado que se desliza con suma facilidad sobre el papel. Después de los problemas de suministro con el Pilot vBall Grip, es el rollerball que más estoy usando y el que probablemente adoptaré como ‘estándar’.
La siguiente muestra es un ejemplo penoso de algo muy habitual en los bolígrafos de reclamo publicitario: Un aspecto exterior elegante, pero una escritura incómoda, que requiere gran presión sobre el papel para realizar un trazo irregular mal saturado incluso casi inexistente en algunos tramos. El efecto que surte como ‘reclamo’ supongo que es precisamente el contrario que pretende quien lo regala. No puede ser muy eficaz una empresa que no sabe ni tan siquiera elegir una herramienta de trabajo tan básica como un bolígrafo.
El siguiente párrafo está hecho con la versión ballpoint de «niceday». La densidad de color y el trazo es bueno pero hay que hacer más presión para escribir que con el comentado rollerball de la misma marca. En esto entiendo que también hay gustos para todo y quien está acostumbrado a usar bolígrafos ‘duros’ no encuentra cómodo escribir haciendo menos presión.
El Staedler Stic 430 me parece una mala copia del Bic Cristal. No consigue ni su densidad de color ni su regularidad en el trazo y requiere más presión para escribir. Parece mentira que una marca que se tiene por puntera haga un producto tan mediocre.

Pilot VBall Grip

Pilot fabrica útiles de escritura fantásticos. El vBall Grip ha sido durante años mi rollerball estándar y lo he usado en tres colores (negro, azul,rojo) y dos anchos (0.5 y 0.7 mm) para escribir y dibujar. En el trabajo lo comprábamos por cajas y siempre tenía uno o varios a mano. Su escritura muy saturada y su trazo bien definido aún con una presión leve sobre el papel, junto a la comodidad de su empuñadura de goma lo hacen mi preferido.
Desgraciadamente, sin que pueda explicarme la razón ha desaparecido del mercado sin que la marca haya comercializado un sustituto digno de tal nombre. Aunque se comercializaba en grosores de .5 y .7, mi preferido es el .5, tanto para escribir como para dibujar. Lo echaré de menos.

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El bolígrafo y yo

Yo no llegué a usar la plumilla en el tintero en mis años de escuela. Las primeras letras las dibujé con un lápiz y el trascendental paso a escribir con tinta, como los niños «mayores», me llevó a usar un bolígrafo «Bic» de aquellos con punta metálica, medio cuerpo transparente y el otro medio, igual que el capuchón, de plástico opaco de color.

Bic antiguo

Aunque de vez en cuando soltaban un poco más de tinta de la cuenta, recuerdo que era agradable escribir con ellos. Avanzaron los sesenta y el «Bic Cristal» se hizo el rey de la escritura colegial. Realmente yo nunca me planteé usar otros bolígrafos. Los «Bic» eran económicos y eficaces. El «Bic Naranja» de escritura más fina me resultaba interesante, pero por alguna razón, creo que siempre usé más el transparente que escribía «normal». Naturalmente existían otras marcas de bolígrafos y bolígrafos más caros. Los bolígrafos de plástico con mecanismos para ocultar la punta nunca me agradaron. Me parecía una complejidad innecesaria, una fuente de complicaciones que inevitablemente acababa en muerte por pérdida del muelle u otro tipo de avería a la que los sencillos y duros Bic eran inasequibles. Así eran los bolígrafos de mi época escolar, sencillos, robustos y eficaces. Alguna vez se les derramaba la tinta, que formaba una mancha entre el tubo de la carga y la carcasa transparente, otras veces pasaban a escribir de forma intermitente después de caer al suelo y cuando no se usaban con frecuencia, la tinta dejaba de fluir. Si el recurso de intentar escribir espirales sin tinta en un papel no devolvía al bolígrafo su vitalidad, se podía probar la arriesgada operación de calentar con un mechero la punta metálica.

Bic Naranja y Cristal

Este recurso dejó de ser factible cuando las puntas pasaron a ser una minúscula pieza de metal incrustada en el extremo de un cono de plástico. Aun recuerdo la sorpresa al verse fundir la cabeza del primer bolígrafo de ese tipo al que apliqué la terapia del mechero. Era de tinta roja y su extremo, desecho completamente, sangraba espesa tinta roja sobre la mesa, una mancha que permaneció allí inalterable por el tiempo como mudo testigo de mi incapacidad para adaptarme con rapidez a las nuevas tecnologías, un testigo incómodo que siempre procuré disimilar escondiéndola con el cuaderno girado en posturas forzadas.
Aunque otros compañeros lo hacían, yo no solía mascar el bolígrafo. Lo que sí solía pasarme era que perdía el pequeño tapón del extremo opuesto a la punta. Más tarde, en la carrera no lo perdía: lo usaba para sujetar el letrero de color verde donde llevábamos con cinta Dymo de letras blancas en relieve, el nombre. Ese letrero se fijaba sobre la tapeta del bolsillo del uniforme con dos pinchos de tipo ‘pin’, que encontraban su retén ideal, económico y fácilmente reemplazable, en uno de estos pequeños tapones.
En campos ajenos a la escritura, el uso más divertido de los bolígrafos o de su cánula externa era el de cerbatana. Usando granos de arroz como munición eran un arma de distracción masiva en las clases aburridas de los profesores menos severos y cargados con bolas de pasta de papel mascado con saliva, nos ofrecían un sistema malévolamente eficaz para llenar el techo de diminutos pegotes que nunca llamaban la atención de los profesores ya que estos, como todo el mundo sabe, nunca miran hacia arriba.
Naturalmente había otros bolígrafos. Yo usaba los que usaba por una mera cuestión práctica y también por costumbre. El tacto de la escritura el movimiento de la mano y la fuerza que realiza sobre el bolígrafo para arrastrar su punta sobre el papel son un gesto que se convierte en instintivo y cambiarlo sería tan incómodo como andar con unos zapatos demasiado pesados, grandes como los de un payaso, o poco flexibles.
Nunca usaba bolígrafos caros. Me había autoimpuesto esa limitación, producto del conocimiento de mis propias vulnerabilidades, la mas relevante de las cuales es el despiste. Siempre he procurado no usar objetos de valor que puedan perderse o dejarse olvidados. Si se pueden olvidar en algún sitio, yo me los olvidaré, con el consiguiente disgusto y una desagradable sensación de culpabilidad como larga secuela. Con el tiempo he aprendido a perdonarme por ser como soy, pero antes me resultó mucho más eficaz no ofrecer oportunidades relevantes al desastre. De forma que, excluidos de mi vida, nunca he prestado mucha atención a los bolígrafos que no fueran meramente funcionales. Con una excepción. Mi padre tenía un bolígrafo que es lo más próximo a la perfección que yo he usado nunca. El peso, el diámetro, la textura para agarrarlo y la forma de deslizarse sobre el papel trazando una linea continua sin tramos descoloridos por la escasez de tinta o manchurrones producto de una aglomeración de tinta, todo en aquel bolígrafo convertía el ejercicio de la escritura en un auténtico placer. Siempre que lo encontraba sobre la mesa de mi padre lo utilizaba furtivamente. Tomaba apuntes y realizaba resúmenes más rápido, me concentraba mejor y a pesar de estudiar el bachiller mis notas me parecían las de un universitario. Aquel bolígrafo me hacia sentir más maduro y responsable. Si mi padre lo hubiera sabido, a pesar de lo mucho que lo apreciaba, me lo habría regalado. Pero entonces yo lo habría perdido y habría vuelto a ser el niño pequeño angustiado al sentirse autor aunque involuntario de un terrible desastre. Así que lo usaba en secreto y lo devolvía cuidadosamente al sitio donde lo había encontrado.

Bolígrafo Waterman Flash

Hoy me he puesto a buscarlo en la red y -gran cosa esta del Google- he averiguado que es un modelo de Waterman de los años 60, denominado ‘Flash’. Por supuesto no aparece en la página de la marca, y no sé si las cargas de la marca conservarán las excelentes prestaciones, pero en aplicación de la limitación anteriormente expuesta, no me planteo tener uno.
Quizás el placer máximo de la escritura lo proporciona la pluma estilográfica. Aunque el desarrollo de esa afirmación merece un capítulo aparte y en realidad no desvirtúa el hecho de que, si bien algunos pueden encontrar ventajas ocasionales en diversas clases de rotuladores, el bolígrafo en sus diferentes versiones es el utensilio de escritura a mano más popular.

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Balanç del temporal a la Pelosa

Aquesta es una entrada de la pàgina de Josep Maria Dacosta a Facebook. No sé ben bé com he començat a escriure un comentari que havia de ser molt breu, com un tuit, però-potser perquè estàvem a Facebook-s’ha allargat una mica.
No gaire, no mes una mica: un pensament fugaç, que no he volgut deixar abandonat a la xarxa social que tan poc m’agrada i que m’ha donat una excusa per provar la integració d’anotacions del Facebook al bloc.

Com que veig que només es veu la fotografia i per llegir els comentaris heu de seguir l’enllaç, ficaré a continuació del requadre inserit, el meu comentari.

Com que no te missatge l’ampolla!. Jo el puc llegir clarament. Totes les ampolles de plàstic que he recollit a les platges, igual que les llaunes i paquets de cigarrets portaven un missatge que deia: «Recull-me, un porc m’ha deixat aquí». Les pedres son una altra cosa, mes que un breu missatge porten una historia, tan petites com son i tot el mon que han vist. Els còdols i els vidres son filosofia en estat pur: ens parlen dels cicles i com sempre es torna a la natura que fins i tot als mes durs ens acarona fins arrodonir-nos. Per suavitzar l’inevitable dramatisme que es dedueix d’aquest fet, el mar ens ofereix com a present les curculles, petites peces de bijuteria que un dia van ser cuirasses i avui podrem utilitzar per guarnir la bellesa efímera del cos.

Nota: Editat el 31/12/2023 per incloure la imatge i l’enllaç a la publicació des de la mateixa, on després d’esborrar el meu compte a Facebook, ha desaparegut el comentari.

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La guerra civil que no acaba

Ayer se cumplieron 75 años del final de la Guerra Civil. O quizás solo del final de las operaciones militares de la guerra civil, ya que hay quien opina que la guerra civil aún no ha acabado.

Duelo a garrotazos - Francisco de Goya

Es curioso, porque también hay opiniones diferentes en relación a cuando empezó. Unos, los más clásicos, aseguran que el alzamiento militar del 17 de julio de 1936, o en realidad, su fracaso, fue el que dio lugar a que el 18 diera comienzo una guerra. Otros sin embargo, frecuentemente tildados de ‘revisionistas’ aseguran que la guerra no es nada más que la explosión más importante de un conflicto que se arrastraba desde años antes y que se inicia en la revolución de octubre del 35 en Asturias.
Lo que realmente me entristece es que todas las perífrasis, interpretaciones o teorías solo tienen un objetivo: demostrar que la culpa la tuvo el otro. Esta polarización no deja de ser una forma de seguir con la guerra por otros medios, y así nos va.
Yo veo el conflicto en la sociedad española como un error en la evolución política. Este error produce una minusvalía de España que como su equivalente físico implica incapacidad para tareas que otras sociedades desarrollan normalmente, dolor, calambres y pinchazos en algunos miembros, malhumor y malestar general y una serie de traumas y complejos difícilmente superables.
Puede que esta minusvalía tenga su origen en el fracaso para dar a luz una ley constitucional, en realidad para conseguir un mínimo acuerdo en el reparto del poder y la riqueza entre el pueblo y los poderosos, la aristocracia y la plebe, en la determinación de no consentir, de ninguna de las maneras, que los españoles se convirtieran en ciudadanos incluso con sus desiguales riquezas o miserias, sus ideas o devociones.
El fracaso del constitucionalismo deriva en un siglo de luchas civiles que como es de esperar, conducen a una pérdida de prestigio internacional, riqueza y poder, que empieza y culmina con la pérdida del imperio, al principio por la natural deriva a la autodeterminación de colonias mal administradas y al final a manos de la potencia emergente del momento, en las postrimerías del siglo XIX.
Las convulsiones de ese periodo, o quizás el agotamiento producido por ellas, lleva a un momento de calma y estabilidad. Esta se logra más por la imposición de la clase dominante que por el acuerdo social y conforma un periodo de aparente calma presidido por la corrupción y el amaño de una falsa democracia que en realidad es un caciquismo institucionalizado. El régimen que surge de ese apaño imperfecto y viciado es una monarquía débil y un estado al servicio de los poderosos que son quienes realmente participan de la ‘alternancia’. Y aunque parezca mentira, aún no he llegado a la descripción de la sociedad actual, aunque veamos alarmantes paralelismos en esta frase.
El progreso económico pero también las injusticias sociales y los problemas latentes sin solucionar, las guerras al servicio del dinero, sirven de caldo de cultivo para que crezca el resentimiento, la sed de justicia y también la prepotencia donde se incuban los siguientes estallidos violentos.
Creo que la clave fundamental de la guerra civil no es su punto de partida o su final, la auténtica clave es su violencia, fuera de toda medida, lleva la condición humana a sus límites más desagradables y espeluznantes.
Los encarcelamientos, paseos, destrucción de patrimonio común, el asesinato institucionalizado, no ya por las ideas, sino por la propia apariencia, la crueldad, la delación, la hipocresía, la avaricia, la indiferencia antes el sufrimiento ajeno, superan en intensidad la de cualquier otro periodo convulso, afectan a toda la sociedad y se extienden antes y mucho después del periodo de operaciones militares. Naturalmente, en medio de este escenario dantesco están las víctimas inocentes, los honrados luchadores por sus nobles ideales (que combaten codo a codo con sociópatas asesinos) los que tienen una conducta amoral, perversa o maligna y los heroicos defensores de la verdad, la justicia, la vida y el perdón. Ángeles y demonios se enfrentan; no en bandos diferentes, sino mezclados en ambos bandos.
Como suele ocurrir con la violencia, la espiral de odios y rencores generada no acaba con el último parte de guerra, ni con el último pelotón de ejecución. Por concienzuda que sea una campaña de exterminación de los enemigos, es poco probable que haga otra cosa que multiplicarlos.
Y llegando ya a la sociedad actual, creo que el periodo de calma que ha supuesto la vigencia de la actual constitución no debe ser considerado desde la autocomplacencia, como ha sido hecho con frecuencia al referirnos al ‘milagro español’, la ‘transición modélica’ y la ‘heroica’ actitud ante el golpismo del 23-F, sino más bien como un parche más de esta larga historia de componendas y enganchones alternados, donde se cambiaron algunas cosas para que no cambiara nada y donde también sin lugar a dudas ha habido elementos positivos, pero queda mucha fisioterapia social por hacer para superar nuestra minusvalía, hasta que consigamos un cuerpo social sano, formado por ciudadanos que aunque seamos diferentes en riqueza, cultura o ideas, seamos iguales ante la ley y detentadores conscientes del poder a través de una democracia que sin duda será imperfecta, pero que deseo que al menos sea funcional.
Al desarrollar este tema sin hacer menciones personales ni atribuir responsabilidades a personas o grupos, no he querido hacer un igualitarismo equidistante, propio de algunas interpretaciones que erróneamente tratan de basar en esta actitud una supuesta reconciliación. Las responsabilidades existen: cada uno tiene las suyas y unas son mayores que otras. Pero de ninguna de las maneras creo que ni yo ni nadie vayamos a ser responsables de lo que hicieron nuestros abuelos y desde luego no me veo capacitado -ni creo que sea una tarea interesante o relevante- para repartir culpas.
Nuestra responsabilidad se deriva de nuestros actos. Con ellos podemos intentar remediar las injusticias latentes o mantenerlas, ser honrados y veraces o corruptos y falaces, podemos intentar convivir y respetar, trabajar, producir y distribuir la riqueza, ejercer el poder a través de un sistema de representación que nos dote de leyes que procuren el bien común y exigir su exacto cumplimiento a través de unos tribunales independientes.
Podemos intentar educar a una generación de personas sabias, responsables y laboriosos o seguir enzizañando la vida con agravios infinitos, redistribuciones de culpa, ambiciones y contenciosos por un mejor posicionamiento en corruptelas y operaciones especulativas.
Soy consciente de que esto es un poco el caso del cascabel del gato. Que no es tan importante conocer la solución, sino como llegar a ella. Y que discutir sobre el camino a seguir es el primer paso del camino a ninguna parte.
Pero tampoco creo que la única solución sea ponerle el cascabel al gato. ¿Que pasaría si cada ratón se pone un cascabel a sí mismo?. Quizás el gato huiría despavorido por el atronador sonido.
Podemos decidir. O podemos dejarnos conducir por las fanfarrias; de flabiolas o panderetas, pero siempre de odio y de enfrentamiento. La decisión correcta es la que se basa en un criterio verdadero y produce un bien comprobable. Es la hora de ver el pasado en perspectiva solo para mirar con interés y decisión hacia el futuro.

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