El otro día en el centro comercial nos encontramos con otra pareja. ella saludó efusivamente a Mercedes, lo cual no me extrañó pues mi mujer conoce a media provincia. Pero después de darse dos besos con ella se dirigió a mi con una sonrisa de oreja a oreja y me plantó dos besos, así que como este es un paisaje frecuente yo sonreí también, la saludé con efusión equivalente así como a su acompañante, un hombre joven y de pelo corto que por su sonrisa también parecía conocerme. En cuanto nos separamos pregunté ¿quienes son estos?.
Bueno, ella había trabajado con Mercedes, él con mi hijo Roberto y habíamos coincidido en cenas de la empresa de mi mujer y en actos protocolarios por mi trabajo. El paisaje es frecuente. Todo el mundo parece conocerme, Mercedes desde luego conoce a todo el mundo pero yo nunca me acuerdo de nadie. Me resulta difícil acordarme de caras y nombres pero aún más relacionarlos.
No solo es un grave inconveniente profesional, pues me relaciono con mucha gente que espera que recuerde quienes son y como se llaman, tengo obligaciones puramente protocolarias que básicamente consisten en recordar caras, nombres y cargos y tengo a mi cargo muchas personas que suponen acertadamente que si no me acuerdo ni de su nombre difícilmente lo haré de sus problemas, con lo cual es imposible que pueda resolverlos o ayudarles a hacerlo.
¿Como me las apaño?. Un político me enseñó un truco. Al saludar a alguien al que conoces, pero no recuerdas como se llama le dices, «perdona,… ¿te llamas…?». Si responde «José», tú respondes «No hombre!, eso ya lo sé, me refería al apellido!» y naturalmente, si responde con el apellido, dices que lo recordabas y que le preguntabas por su nombre de pila. Yo no lo uso nunca y después de confesarlo aquí mejor que no lo haga (aunque seguro que no hay tanta gente que lee esto).
Yo en lo profesional me apaño con la informática. En mi ordenador tengo fotos y nombres de todos los que trabajan conmigo y las repaso frecuentemente sin otro motivo que memorizarlas y siempre que tengo que despachar un asunto sobre alguien busco antes su foto. Modestia aparte, soy despistado, pero no un zoquete, así que al poco tiempo ya recuerdo nombre y cara.
En la vida social, me confieso. Si me preguntan, ¿te acuerdas de mi?, digo la verdad que suele ser, «pues no, lo siento, soy muy despistado». Procuro usar los trucos de Dale Carnegie, de repetir el nombre de una persona cuando me la presentan pero exagerar este extremo te puede hacer parecer idiota, asi que entre despistado o idiota, me decanto por lo primero.
También apunto los nombres de las personas que me presentan y si se tercia el de sus esposas. Aunque soy del tipo de despistado que olvida consultar su agenda, eso resulta de gran ayuda. Es una lástima que las agendas que conozco para PDA no incluyan la fotografía.
Pero hay una situación de la que normalmente soy poco consciente cuando ocurre, pero me temo que sucede más de una vez. Si voy solo por la calle, aunque suelo saludar a los que me saludan con equitativa efusión, seguro que hay muchos que se cruzan conmigo y piensan que no les saludo por soberbia, o simplemente porque soy un antipático.
Me sabe muy mal porque soy bastante sociable, en general me gusta tratar y charlar con las personas y me encuentro cómodo con la gente honrada y agradable, sea cual sea su nivel social o sus otras circunstancias. Incluso tolero bastante bien a los que son secos, pesados o escasamente dotados. Quizás los que peor se me dan son los pedantes, pretenciosos, necios e incompetentes pero ellos lo notan enseguida porque uso con ellos sin piedad lo mas afilado de mi amplio repertorio de ‘patas de banco’.
Así que en beneficio de todos aquellos que no saludo por la calle tengo que declarar solemnemente que opino que el saludo no se le niega a nadie y que si les parece que yo lo hago es, sencillamente porque no les reconozco. Lo siento: soy un despistado que lucha contra ello, pero desde luego no soy un antipático. Al menos intencionadamente, otra cosa son las gracias de cada uno.