El agua es un liquido incoloro, inodoro e insípido. Eso nos decían de pequeños. Seguramente lo escribió alguien que no había probado el agua de la fuente de Canaletas en las Ramblas de Barcelona ni había visitado los manatiales del balneario de Caldes de Bohi, con sus 37 manantiales de los que brotan aguas entre 4 y 56 grados con «mineralización débil, hipotónicas, muy blandas, alcalinas, sódicas, cálcicas, cluoradas, silicatadas, sulfuradas fluoradas y sulfatadas«.
Casi nunca he tenido preferencias por un agua u otra, creo que el único caso es el de Solares, que no la soporto, a pesar de haber vivido dos años en Granada o quizás por eso. Lo que le encuentro al agua de Solares es precisamente, que tiene un sabor característico.
Tengo un amigo de Madrid que se pirra por el agua de Sant Aniol y yo pensaba que era una excentricidad, pero al leer un comentario en el blog «Cocina Japoñola» en el que su autor glosa las virtudes de ese agua de la Garrotxa y comenta que en Japón solo se distribuye a restaurantes, tengo que concluir que no todo el mundo comparte mi punto de vista sobre el agua.
En un buen restaurante mi hijo se pidió una botella de la carta de aguas. Era una botellla de agua pura de glaciar noruego. Estaba bien, no sabía a nada. De todas formas Roberto la pidió porque le gustó la botella, que desde luego se llevó de recuerdo. Nosotros tambien usamos una botella de Agua de Solan de Cabras, de las de cristal azul para poner el agua en la nevera. Agua del grifo filtrada en una jarra «Brita«, un descubrimiento de Mercedes que ha hecho que el agua del grifo, que antes me parecia aceptable ahora haya adquirido un ‘sabor’ diferente.
¿Es todo una cuestión de costumbres y manías?. Me he propuesto hacer una cata de aguas minerales. Por supuesto cuando la haga, mi blog será el primer medio en publicar los resultados. A ver si de todo esto, sacamos el agua clara.